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05 marzo 2007

ME IRRITA, PERO ME HAGO MAYOR...


Ya lo he apuntado en ocasiones anteriores, pero afirmo y ratifico: Me estoy haciendo mayor. El paso del tiempo es inexorable, como inexorable es el aumento de cosas que me irritan, sobretodo determinados comportamientos que, me apostaría mi llavero de Snoopy, tenía yo hace unos años.

Situación: Voy en el metro, como siempre con mi libro de compañía. Dos estaciones en paz y tranquilidad, sin más ruido que el habitual traquetreo del vagón. Paramos una tercera vez, el remanso de armonía se derrumbó hecho pedazos invadido por un frenético ritmo maquinero de origen desconocido. Localicé al invasor, de hecho tuvo a mal sentarse a mi lado. Un tipo joven, más joven que yo desde luego, con pintillas modernas, una mezcla entre un fan de Héroes del Silencio y David Beckam. En resumen, un adefesio. Le adornaba el mentón una perilla perfectamente recortada, al lado de la cual la mía parecía una madeja de pelo alborotado después de una noche de marcha. Iba con gorrito de lana muy bien calado, flequillo con mechas rubias por fuera. Monísimo. No me extraña que llevara el gorro de lana, porque con tanto decibelio chorreándole en el hipotálamo a través de las orejas, está claro que necesitaba algún tipo de contención para que no se le desparramara el cuero cabelludo en un ejercicio centrífugo.

Incapaz. Me sentí incapaz de seguir leyendo. Entre que soy del género masculino, y que dispongo de una capacidad de atención limitada, el ruido que vomitaba aquel invento tecnológico suponía una barrera infranqueable entre el libro y mi cerebro. Pues no contento con la agresión auditiva, el enemigo echó el resto con toda la artillería. Sacó del bolsillo una plaiesteishion de esas pequeñitas y se puso a jugar a un entretenidísimo juego que consistía básicamente en darse guantazos. No fue el juego violento lo que me irritó, ya que gustoso hubiera emulado el mismo entre él y yo en pleno vagón, fue que la mierda del cacharro tenía el volumen al máximo y tuve que contenerme para no lanzarme al cuello de mi vecino de asiento al ritmo de onomatopeyas propias de esos juegos de peleas.

Aliviado llegué a mi parada. Bajé corriendo, blasfemando con mi libro debajo del brazo, y preguntándome si una buena forma de promover el uso del transporte público no sería establecer un derecho de admisión. Y fue entonces cuando me lo dije: Colega, te estás haciendo mayor…

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