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22 mayo 2008

TRAVESÍA TRAVESANDO


La verdad es que uno empieza a estabilizarse y zas, ola que te trajo y el bote escorado. La vida está llena de olas que nos mandan a la deriva o al vuelco o a hundirse o a la mierda, vete tu a saber. Y la verdad es que mi bote empieza a estar desgastado, como esos navíos que reposan suspendidos en los muelles a la espera de recibir una mano de pintura, con conchas y algas campando por los costados.

Cuando viene una ola podemos soltar lastre y al agua, y después Dios proveerá, pero como tengo por costumbre, por iluso que parezca, creer más en los hombres que en Dios, prefiero hacer contrapeso, trasluchar si hiciera falta, cagarme en todo mientras mantengo el cabo entre los dientes apretados con fuerza. No me gusta volcar. Ya he tenido que sacar a flote muchas veces el bote hundido, achicar agua con las manos mientras la botavara campa a sus anchas alrededor de mi cabeza.

El caso es que el viento arrecia con fuerza, siempre lo hace, supongo que a todos nos pasa y cada cual llega a puerto como puede. Yo maldigo las olas, maldigo la mar picada y los avatares de la vida que hacen tambalear un bote que aunque frágil, me ha llevado siempre donde le he marcado. O han sido las mareas quizás. No lo se, ni creo que a estas alturas del camino importe mucho. Tengo buena tripulación y en ella me apoyo para salvarme de un naufragio.

Seguiré navegando, el puerto me queda lejos, ni siquiera lo diviso aún. Y seguiré zafándome de tormentas mientras aguante el cuerpo, mirando hacia delante, esperando de cara la siguiente ola, frunciendo el ceño y maldiciendo cuando llegue el agua y el frío, porque en algún momento se iluminará el horizonte con un faro, una pequeña luz que de sentido a tanta travesía, que me permita echar el ancla y tumbarme al sol. Solo quiero eso. Tumbarme al sol y pensar que no tengo que pensar en nada.