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24 abril 2008

UNA PEQUEÑA PALA.


No es más que eso. Una pala. En el caso de mi hijo una pequeña pala verde. Una simple pala de plástico para mí como adulto que creo ser. ¡Que mal nos tratan los años! Si no hubiera perdido la inocencia que me regaló la vida al nacer, seguiría siendo Quijote, y vería impresionado como no es una pala, ¡es un tesoro!

La pala es un elemento común en todos los niños y niñas del parque. Esas palas no son simple trozo de plástico, son valiosísimas posesiones que lo mismo sirven para cavar un hoyo en la arena, que para alimentar a nuestro buen amigo Pooh. Es la seña de identidad de cualquier infante, es su herramienta de juego, es su blasón, su escudo y su espada “Aquí estoy compañeros, he llegado al parque y aquí tengo mi pala”.

Las vueltas que da la dichosa pala. No se si seré capaz de entenderlo, pero cada vez que veo como mi hijo guarda su pala en mi mochila antes de salir a la calle, intento esforzarme por comprender la responsabilidad que me está encomendando, nada menos que transportar su fuente máxima de entretenimiento y trabajo.

Y mucho ojo con coger palas ajenas. He visto elefantes amilanarse con mayor facilidad ante el ataque a sus crías, que un retoño de estos cuando otro se acerca a su pala.

Es que la vida es un torrente que desgasta la piedra por la que pasa, la piedra valiosa que da forma y encauza nuestra vivir, y perdemos de vista la piedra, y queremos un puente, y después un túnel y dejamos de acordarnos de esa piedra que nos acompañaba y no nos damos cuenta que todas esas necesidades de artificio no son nada al lado de las ilusiones de la infancia y no podremos hacer el dichoso túnel sin una pala. La pala. Mi pala.