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28 febrero 2007

ELLOS NO LO HARÍAN, LÁSTIMA.


Hay que ser muy cabrón. Cuando se tiene el corazón tan negro y el alma tan podrida no hay publicidad que valga. Abandonar o maltratar a un perro, y por extensión a cualquier otro animal, es de mal nacido, y por descontado, de cobarde. No tengo animal de compañía, a no ser que se cuente por animal a mi otro yo, ese mastuerzo irreflexivo, que compañía si que me hace, a veces más de la que me gustaría. Pues eso, que no tengo perro, y si no lo tengo, es precisamente porque considero que no tendría el tiempo suficiente que requeriría su correcto cuidado.

Un perro es un amigo que permanece siempre al lado de su amo, que le seguiría hasta los confines de la tierra a cambio de nada, que daría su vida sin titubeos por la de su dueño, es un compañero fiel que lo mismo te sigue por la montaña, que permanece horas sentado al lado de un anciano, alerta ante cualquier eventualidad. Auténticas máquinas que localizan vidas bajo los escombros de un edificio venido abajo, acompañantes de niños, guías para ciegos, amigos de por vida.

Al que maltrata a un perro le ponen, como mucho, una miserable multa de 360 €. Sesenta mil pelas por machacar al que llaman mejor amigo del hombre. O los que legislan son gilipollas o unos cretinos que solo piensan en estatutos de autonomía y en hacerse la foto para la campaña electoral. O las dos cosas. Los que maltratan a un perro se merecen que otro les atice un bocado en los güevos y les pegue una patada en el culo al paso por una gasolinera, o por un acantilado. Pero claro, ellos nunca lo harían.

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