SERVICIOS SOCIALES PARA TODOS Y TODAS. NO A LOS RECORTES

01 marzo 2006

ECOS DE UN ADIÓS.


Aúllan en el valle. Desde lejos se escuchan rebotados en la roca los lamentos. Son quejidos tenues, discretos. Esta noche están alborotados. Han perdido a un miembro de la manada e intentan gritar esa pérdida. Todos saben que estará bien, pero quieren mandarle, por si lo oyera, ese último adiós. Se pone el sol por el horizonte, porque el sol siempre se pone, y ya solo cabe esperar a un nuevo alba, que también vendrá seguro. Solo hay que esperar a que el sol asome por la vida, despacio, con ese hilo de calor que hace que uno se sienta reconfortado. Es como un abrazo cálido. Los aullidos se irán apagando hasta saber que nunca volverá, que solo, pero siempre, quedará el recuerdo. Ese recuerdo que les hará unirse y aullar de vez en cuando, al terminar el día, cuando la oscuridad se cierne sobre el suelo que pisan y que alguna vez pisó el desaparecido. Siempre estarán sus huellas y su presencia, un legado quizás. Al menos eso intentó, seguro.

Después volverá a salir el sol, para todos, y allí en su morada pensará el que se fue lo que pudo ser y no fue. Lo que podría haber sido y nunca será, el esfuerzo de una vida metido en un pequeño zurrón que arrastra pesado hacia un nuevo lugar. No mirará hacia atrás, aunque siempre sentirá el guiño de la vida que sin querer ni merecer le hizo marchar. A un nuevo lugar llegará un día, con ese sol, con ese abrazo cálido que le hará despertar.

Mi niño, te quiero.

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