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21 enero 2007

LA ÚLTIMA CITA.


Me miré al espejo con la certeza de que hiciera lo que hiciera la iba a cagar. Odio tomar decisiones trascendentales, y en ese momento me hallaba en una encrucijada que tenía pinta de no resolverse jamás. Cuarenta y cinco minutos delante del espejo no habían dado sus frutos. La blanca, no, la negra, joder… No entiendo de colores ni de tendencias, y aunque no iba precisamente a una gala benéfica a favor de los cerdos verrugosos, no era capaz de combinar una simple camisa con mis espléndidos calzoncillos ajustados. No se cual preferiría Marcos que me pusiera, pero de todas formas tampoco creo que me fuera a llamar la atención al respecto ya que la cita que tenía con él era en su funeral. Joder…¡Necesito una opinión femenina ya! Descuelgo el teléfono…

Piii...piii…

-¿Dígame?-La voz de Clara sonaba como un suave “a ver que coño quiere éste ahora”.
- Hola Clara, soy Ignacio, mira que es que no se que camisa ponerme para el funeral de Marcos. No se si la blanca angelical y pura, o la negra luto, en plan estoy apenado y te echaré mucho de menos.
-Joder tío, eres gilipollas- Clara ya no escondía su reprimidas ganas de mandarme a la mierda.-Ponte la que quieras, de todas formas iras hecho una piltrafa como siempre.
- Gracias mi niña, me dejas mucho más tranquilo con esa muestra de confianza ciega en mi criterio estético.

Colgué el teléfono ya mucho más relajado ante la certeza de saber que el hecho de que hiciera lo que hiciera la cagaría no solo era una sospecha, sino que era una lamentable realidad. Pensé que en estos casos, las mujeres que son las que entienden de ropas y demás complementos, siempre tienen una máxima: Ponerse algo que no vaya a llevar nadie más. Pero claro, por otro lado era un funeral, lo que hacía que las posibilidades de coincidir en mi hábito con otros asistentes fuera algo más que probable.

Lo cierto es que Marcos había sido un tío cachondo, lo que de repente me empujó a sentir la irrefrenable tentación de ponerme un disfraz de payaso y presentarme en el funeral con una sonrisa de oreja a oreja. Seguro que nadie más coincidiría conmigo en la indumentaria, eso fijo, tan seguro era eso como que me iban a lanzar de cabeza por la puerta en cuanto presentara mis condolencias a sus padres, unos tiparracos enormes al lado de los cuales un pelotari vasco no parece sino un enclenque aficionado a las canicas.

No quería añadir más presión a mi recién estrenada faceta de capullo sin criterio estético, pero al mirar el reloj me di cuenta de que o me apresuraba o mi siguiente parada sería el primer aniversario del deceso de Marcos. La blanca…la negra… Mira, paso, a tomar por saco, me pongo la camisa fucsia que guardo en el armario por si un día tengo la ocasión de ir a emborracharme al Crazy Horse acompañado de esas chicas tan ligeras de ropa como de moral, que así seguro que nadie me copia pero no pierdo la compostura. En realidad nadie sabe que Marcos y yo nos compramos cada uno una camisa fucsia para ir a una barra americana un día vestidos en plan corrupción en Miami. Estaba todo pensado, americana blanca, camisa fucsia dejando entrever esos pelos de machote que asomaran por el pecho, e incluso nos habíamos comprado unas cadenas de oro (de oro del moro, claro) para dar más el cante.

Pues eso, camisa fucsia en plan rollito homenaje.

Piii…piii…

- Sip- Contesté escueto.
-A ver encanto ¿bajas o no bajas? Que no vamos a llegar ni a la salida…- Clara se estaba impacientando, lo cuan no acababa de entender, habida cuenta de que no estaba haciendo nada que cualquier chica no hiciera cualquier fin de semana, c’est a dire, tardar dos horas en arreglarme.
-Ahora bajo…

La mirada de Clara disparó de inmediato una desaprobación contundente. No se si era por la camisa o por el traje de chaqueta blanco que iba a juego, dándome un lamentable parecido con algún capo colombiano. A lo mejor eran las cadenas de oro, otro sutil homenaje a Marcos y una declaración de intenciones acerca de donde iba a terminar el día en honor al difunto.

-Vaya pintas que llevas nene…Voy con tigo por la calle porque no me queda más remedio…
-Yap, es que no lo entenderías…

Quise ahorrarme cualquier defensa en forma de explicación, y dejé la mente en blanco para no hacer ningún comentario acerca de ese tocado en forma de croissant recién horneado y carbonizado que la coronaba a ella, de luto riguroso. No era cuestión de presentarnos en casa de Marcos encabronados, los dos, la casiviuda y el amigo.

Me miré en el espejo retrovisor del coche y me di cuenta de que no parecía excesivamente compungido. Al final la jodo, para variar…Entre las pintas de chulo de harén y la cara más con aspecto de resaca que triste, van a pensar en casa de Marcos que soy el gemelo psicópata del amigo del difunto. En realidad si que estaba apenado, como era normal, pero es que ya le había dicho muchas veces a Marcos que tuviera cuidado al tender la ropa, que me daba la impresión de que sacaba mucho cuerpo por la ventana y que un día se iba a espachurrar en el fondo del patio. “Déjame en paz que el que va a espachurrar soy yo…” me decía, y así fue. Marcos siempre tenía razón, era tan entrañable como irritante, hasta para palmarla tuvo que estar en lo cierto. Fue él quien se espachurró.

Llegamos a casa de los padres de Marcos a la vez que parte de sus primos que venían de Ceuta, los cuales me dirigieron una mirada de desaprobación en cuanto me vieron salir del coche. Hice caso omiso a los comentarios que se hicieron por lo bajini cruzando el umbral de la puerta. En la entrada estaban sus padres, compungidos, desechos en lágrimas y con la mirada perdida. Perdida hasta que me tuvieron en frente. Creo que por un momento su madre dejó de respirar, porque su piel palideció mientras le soltaba el beso de rigor con un simple “lo siento”. Todo el mundo allí presente me clavó la mirada. Era el momento perfecto para ir a presentar mi último adiós a mi colega mientras Clara se quedaba solidarizándose con el llanto de los que ya nunca serían sus suegros.

Me acerqué al féretro que permanecía abierto con ciertas dudas acerca del aspecto que tendría un difunto tras ser recompuesto después de una caída libre desde un quinto piso por el patio interior de una casa. Una vez estuve al lado de mi amigo, o lo que quedaba de él, no solo dispersé la mencionada duda, era sorprendente lo que los expertos en fiambres pueden hacer con un muerto hecho papilla, sino que además comprendí el porqué de todas las miradas a mi entrada en la casa. Finalmente no conseguí mi propósito y parece que no fui el único en elegir la camisa fucsia.

Si cuando digo que siempre la cago…

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