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15 mayo 2009

A TI QUE AYER LLORASTE...


Ayer te vi llorar. Estabas sentada en un banco esperando al metro. No tendrías más de dieciséis años. Según pasé a tu lado intentaste disimular y al sentarme un poco más lejos, sacaste corriendo un pequeño espejo e intentaste disimular el rojo de sus ojos. Lo que no disimulaste fue la pena. Ibas arreglada, como van los chicos y chicas de esa edad cuando quieren que se sepa que están ahí. Una cinta en el pelo, seguro que a una distancia perfectamente estudiada, con un flequillo inmaculado.

Sin embargo me fijé en tu pena. No me gusta ver a la gante llorar, y por alguna reminiscencia machista y fascista (me lo digo yo por si alguien pensaba rebatirme) no soporto ver llorar a una mujer. Pensé en la pena que podía tenerte abatida. “Un novio” me dije recurriendo a lo fácil. Tú, que tan cuidadosamente te habías pertrechado con tus mejores galas, no conseguiste atraer la atención de algún imbécil. A lo mejor no era eso. Una discusión, unas palabras mal dirigidas a tu madre, tu padre, una amiga. No, a una amiga no, a tu amiga, esa figura que representa el escuadrón con el que a todo te enfrentas, esa confidente a la que un día la hieres de palabra o acción y piensas que todo ha acabado. Quizás un suspenso, un castigo en el instituto o alguna situación de las que te mortifican socialmente entre tu grupo.

No lo se, y creo que en alguna ocasión he hablado de la grandeza de la adolescencia, de esas penas que nos arrastran a lo más profundo del abismo, de esos amores que serán eternos, de esos amigos con los que nos enfrentaríamos a la misma muerte si con ello sellamos nuestro pacto de lealtad. Es la vida en formato superlativo, es al fin y al cabo un volcán de emociones, es pasión, odio y amor, llanto y risa, es riqueza y miseria, es querer y hacer, es velocidad, es no poder detenerse ante un despertar a los estímulos.

Y tu ayer lloraste unas lágrimas pesadas, que enrojecieron tus ojos, y quizás aún no sabes que vas a llorar un montón, que seguro que esa pena te lastrará unos días y después reirás, reirás y volverás a llorar, porque esa grandeza que empiezas a sentir, esa vorágine de emociones que te marean hasta querer arrancarlas a golpes, esa es la grandeza de la vida, de tu vida. Disfrútalas, porque el día que no lo hagas te hundirás con ellas.

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