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31 julio 2007

FIESTAS SIN TORTURA.


Aún a riesgo de resultar un poco cansino voy a darme el gusto de recordarme a mi mismo lo cenutrios que somos los seres humanos en general y los españoles en particular para según que cosas. Al fin y al cabo este blog es mío y hago con el lo que se me peta.

El verano ya llegó, ya llegó, ya llegó…Y la fiesta comenzó, comenzó, comenzó (léase con la musiquilla de aquella machacona canción, que como todas de periodo estival hacen que ansíe ver los primeros copos de nieve). Y con las fiestas la barbarie. Nos lanzamos a maltratar animales a diestro y siniestro. Ya hablé de Medinacelli, de los toros en general y así podría poner ejemplos varios para denunciar y poner de manifiesto la bajeza moral de la que hacemos gala. Para deleite de la muchedumbre apresamos a un animal, le martirizamos, le maltratamos y humillamos para finalmente darle muerte de forma vil y cobarde, mientras el populacho, borracho de crueldad, agita sus vasos y sus vergüenzas. Tuve que escuchar a un imbécil, vecino de Oropesa para más señas, decir que el toro embolado de su pueblo no sufre, que simplemente le molestan las chispas que saltan de las bolas de fuego que tiene atadas a la cornamenta. Lo soltó así, con desparpajo y sin ningún disimulo, como si allí no tuvieran suficiente con lidiar con ese escarnio público, horror de la arquitectura y la estética que es Marina D’Or. No jodas. Ya que eres un sinvergüenza, que maltratas a seres indefensos en presencia de niños, encima no alardees. Porque esa es otra. El recinto mortuorio en cuestión está trufadito de pequeños seres humanos que observan atónitos la agonía animal mientras el polo de fresa les chorrea hasta el codo. Me pregunto cual sería el careto del cándido descendiente del mendrugo del telediario, si viera a su papaíto como la madre que le parió le trajo al mundo, con unas bolas ardiendo colgando de los cuernos (si los tuviere) o en su defecto de las pelotas, por ejemplo, que si se trata de dar risa a mi se me atragantan las meninges de la carcajada solo de pensar en el pringado ese, conocedor experimentado del sufrimiento animal, corriendo por la plaza entre la algarabía de los vecinos, mientras le gritan y le tiran de la cola, o el rabo (si tuviera o tuviese). Yo, sereno, cogería por banda al reportero del telediario, y le diría con gesto de saber de lo que hablo, “no, pero si en realidad no sufre, solo le molestan un poco las chispas del fuego, que le chamuscan las pelotas. Y además ¿sabe una cosa? Se lo merece.”



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