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01 diciembre 2006

LA MIRADA DE MARÍA.


Hoy voy a dedicar esta modesta reflexión a una persona, que lejos de coincidir con ella en lo que a ideología política, debo reconocer cierta admiración por su valentía. Dicho en castellano, esta señora tiene unos güevazos que ya nos gustaría a muchos. Hablo de María San Gil, presidenta del pepé del País Vasco. Por alguna razón que desconozco y que mi terapeuta ha sido incapaz de dilucidar, esta mujer me encanta, salvo cuando pone en su boca el discurso arrogante e irritante de su partido. Pero a lo que voy, que es lo que importa. María hace gala de una valentía que me pone los pelos de punta, y le honra. Siempre me ha parecido una mujer íntegra y valiente, que no solo ha dicho lo que pensaba, sino que ha actuado de forma consecuente, encarándose con los mierdecillas que matan, extorsionan y agotan nuestra paciencia.

En el juicio contra Txapote por el asesinato de Gregorio Ordóñez, tras declarar, buscó la mirada del acusado, y éste, en un ejercicio propio de un cobarde de su calaña, no pudo aguantar los ojos de María. Que menos que ella pudiera permitirse el lujo de mirarle a la cara y decirle, aunque sea solo con la mirada “púdrete en la cárcel cacho de cabrón, por lo que hiciste y por lo que harías si pudieras”. Los que puedan pensar que es muy fácil tener esa conducta con cuatro gorilas guardándote la espalda que no se equivoquen, que yo personalmente ni con un ejército en la puerta de mi casa. Es muy duro condenarte, a ti y a los tuyos, de por vida por defender unos ideales, y María, al igual que cientos de cargos públicos del País Vasco lo hacen a diario, con o sin tregua, y eso es digno de mención. Por eso, te digo María, que al margen de nuestras diferencias, brindo por tus cojonazos, porque ya me gustaría a mí, y porque esa mirada que clavaste al cabrón de Txapote, era la mirada de todos, de los que estamos hartos de que se partan el pecho de risa a nuestra costa en una lucha tan injusta como estéril, y que por otro lado tienen suerte de vivir bajo la democracia contra la que atentan, porque de no ser así tendrían los días contados.

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