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15 diciembre 2006

IRRITACIONES COTIDIANAS.


Cuan miserable es la vida para ella. Imaginaos, una existencia regada por los peor de los demás. Cruel destino de un ser parido de la mente de un desconocido. No solo es fea, y tan discreta que es difícil reparar en ella. Es que desprende un hedor insoportable, es que uno ve como se derrite ante nuestros ojos mientras aguanta la respiración entre las nauseas y el picor de ojos. Lo malo es que uno se pregunta para qué coño sirve. Aparentemente se supone, debiera ser un artículo de higiene. Pero uno se pregunta el concepto de higiene que debe tener un, o una, menda lerenda que inventa un producto destinado a hacerte respirar el calor que desprende tu orín, con un penetrante bouquet a pachuli de garrafón. Es horroroso. A veces me miro al espejo después de hacer pis en urinarios públicos que cuentan con tan estridente invento, para ver si me han salido mechas rubias en el pelo. Que asco por dios. Con lo que mola mear en esos chismes habilitados al efecto en los que uno se encuentra una especie de alfombrilla de ratón con agujeros y números alrededor haciendo las veces de diana. Tu solo pones los dardos. Bueno y si te emocionas mucho también te pones el pantalón perdido, pero al fin y al cabo la diversión tiene un precio.

Por si alguien no había reparado en ello, hablo de esas repugnantes pastillas azules que hay en algunos meaderos públicos y que a mi, personalmente, me dan un asco que te rilas. Quiero hacer pis sin ver como se diluye ante mis ojos, a golpe de humeante chorrillo, un cuadradito azul, que para mayor agravio, suelta un olor pestilente que borra de un plumazo la magnanimidad de ese momento en el que servidor tiene una cosa muy importante entre manos.

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