Quien fuera niño, aunque solo fuese por esta noche. Aquella magia, aquellos nervios, esa ilusión. Todo un año de espera para ver colmados nuestros sueños, ya no en lo material, sino en lo enigmático y en lo especial de las horas que nos separan del alba. Añoro aquellos años, esas noches en vela, nervioso, a la espera del nuevo día, que no era uno cualquiera. Daba igual la atención que uno prestase entre la penumbra de la habitación, los Reyes Magos, siempre sigilosos no desvelaban su presencia, se deslizaban en el salón y depositaban los sueños desvelados de tantos niños, que como yo, aguardaban impacientes. Una espera que se mascaba suave, dulce, como esa bolsa de caramelos que uno quiere degustar pero nunca llegar a su fin.
La magia, cómplice del destino feliz de muchos pequeños, se tornaba palpable al día siguiente. Esa espera que llegaba a su fin se hacía más intensa a medida que se acercaba el momento de descubrir el fruto de tanta ilusión, de esa inocencia frágil que pronto desaparecerá en el tumulto de una vida llena de vericuetos indescifrables, caminos pedregosos y asaltos a la cumbre. Lejos de todo ello estaba ese momento, el de desvelar los secretos que los Reyes Magos habían depositado en un zapato cuidadosamente posado y lustroso como solo se lucen los días de gala.
Por eso añoro aquellos días, porque la magia de esta noche no volveré a vivirla, porque la inocencia del no saber la perdí hace tiempo, porque los caminos pedregosos y los enigmas inescrutables ya hicieron presencia hace tiempo en mi vida. Por eso espero que todos los niños vivan con ilusión esta noche, consciente de que no será posible para muchos, que sientan esa magia que hace que uno se zambulla en la vida sintiéndose seguro, seguro de saber que un año más, los Reyes Magos pasaron por su vida. Lo que no saben esos pequeños es que la mayor recompensa para la regia visita es la sonrisa que despega de sus caras, que sin saber lo que les deparará el futuro, ni maldita falta les hace, disfrutan de ese momento que no es de nadie más que de ellos, por un día, unas horas, en las que la magia se ha hecho realidad en los salones de sus casas.
Quien fuera niño.
La magia, cómplice del destino feliz de muchos pequeños, se tornaba palpable al día siguiente. Esa espera que llegaba a su fin se hacía más intensa a medida que se acercaba el momento de descubrir el fruto de tanta ilusión, de esa inocencia frágil que pronto desaparecerá en el tumulto de una vida llena de vericuetos indescifrables, caminos pedregosos y asaltos a la cumbre. Lejos de todo ello estaba ese momento, el de desvelar los secretos que los Reyes Magos habían depositado en un zapato cuidadosamente posado y lustroso como solo se lucen los días de gala.
Por eso añoro aquellos días, porque la magia de esta noche no volveré a vivirla, porque la inocencia del no saber la perdí hace tiempo, porque los caminos pedregosos y los enigmas inescrutables ya hicieron presencia hace tiempo en mi vida. Por eso espero que todos los niños vivan con ilusión esta noche, consciente de que no será posible para muchos, que sientan esa magia que hace que uno se zambulla en la vida sintiéndose seguro, seguro de saber que un año más, los Reyes Magos pasaron por su vida. Lo que no saben esos pequeños es que la mayor recompensa para la regia visita es la sonrisa que despega de sus caras, que sin saber lo que les deparará el futuro, ni maldita falta les hace, disfrutan de ese momento que no es de nadie más que de ellos, por un día, unas horas, en las que la magia se ha hecho realidad en los salones de sus casas.
Quien fuera niño.
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