La cara denotaba enfado, hasta cierta ofuscación. Se agachó y dio la vuelta al felpudo. Tercera vez en dos días. Empezaba a pensar que se estaba fraguando una especie de revolución por la liberación de los felpudos de las casas. Podía imaginar al comando felpudo arrastrándose de noche por las escaleras, sigilosos, el tejido pintado de marrón y negro, gesticulando como marines al acecho de vietcongs.
Entró en el ascensor no sin antes echar un rápido vistazo a los bajos de la puerta “Quédate quietecito…” musitó entre dientes. Hacía tiempo que por alguna razón que desconocía el felpudo aparecía colocado del revés. Había pasado de ser una cuestión estética a algo puramente personal. “No podrán conmigo” se dijo, y así, armada de una paciencia cada vez más volátil, se dispuso a resistir al provocador.
Fueron quince minutos, lo justo para bajar al mercado “Hola ciento cincuenta gramos de jamón york, en lonchas finitas, gracias, tenga, adiós…” y subió a casa. ¡Joder! ¡No podía ser! Comando Felpudo había vuelto a actuar. Esto ya empezaba a violentarla más que el conflicto israelopalestino. “Cagüentodo”, hasta tres veces repitió la letanía. Colocó el felpudo correctamente y tentada estuvo de fabricar un complejo sistema mediante el cual se dejara caer una afiliada guillotina sobre las manos del misterioso ser que daba la vuelta al felpudo y de paso, a su paciencia. Sin duda se le quitarían las ganas de andar volteando felpudos por los descansillos. Debía de ser un ente obsesivo, o quizás alguien a quien le molestaba profundamente los tres arbolitos verdes sobre el fondo marrón, todo ello fabricado con fibras de coco, muy ecológico, muy natural, muy mono.
Así pasaron los días, los meses, los años, de hecho así seguía ella, entre la desesperación y la resignación dando la vuelta al felpudo varias veces por semana, porque el enigma está aun por resolver, pero ella, firme, no se rinde, y esta barajando la posibilidad de taladrar el maldito felpudo a las baldosas del descansillo, tendrá que comentarlo en la próxima reunión de vecinos. Es un tema mayor, creo que con dos tercios de los asistentes servirá.
Cuando entra en casa la luz se apaga en las escaleras, y desde la entreplanta se observan dos puntos amarillos, iluminados sobre lo que se podría entender como una sonrisa pícara; parece que está dando órdenes silenciosas. El comando sigue en lucha.
Entró en el ascensor no sin antes echar un rápido vistazo a los bajos de la puerta “Quédate quietecito…” musitó entre dientes. Hacía tiempo que por alguna razón que desconocía el felpudo aparecía colocado del revés. Había pasado de ser una cuestión estética a algo puramente personal. “No podrán conmigo” se dijo, y así, armada de una paciencia cada vez más volátil, se dispuso a resistir al provocador.
Fueron quince minutos, lo justo para bajar al mercado “Hola ciento cincuenta gramos de jamón york, en lonchas finitas, gracias, tenga, adiós…” y subió a casa. ¡Joder! ¡No podía ser! Comando Felpudo había vuelto a actuar. Esto ya empezaba a violentarla más que el conflicto israelopalestino. “Cagüentodo”, hasta tres veces repitió la letanía. Colocó el felpudo correctamente y tentada estuvo de fabricar un complejo sistema mediante el cual se dejara caer una afiliada guillotina sobre las manos del misterioso ser que daba la vuelta al felpudo y de paso, a su paciencia. Sin duda se le quitarían las ganas de andar volteando felpudos por los descansillos. Debía de ser un ente obsesivo, o quizás alguien a quien le molestaba profundamente los tres arbolitos verdes sobre el fondo marrón, todo ello fabricado con fibras de coco, muy ecológico, muy natural, muy mono.
Así pasaron los días, los meses, los años, de hecho así seguía ella, entre la desesperación y la resignación dando la vuelta al felpudo varias veces por semana, porque el enigma está aun por resolver, pero ella, firme, no se rinde, y esta barajando la posibilidad de taladrar el maldito felpudo a las baldosas del descansillo, tendrá que comentarlo en la próxima reunión de vecinos. Es un tema mayor, creo que con dos tercios de los asistentes servirá.
Cuando entra en casa la luz se apaga en las escaleras, y desde la entreplanta se observan dos puntos amarillos, iluminados sobre lo que se podría entender como una sonrisa pícara; parece que está dando órdenes silenciosas. El comando sigue en lucha.
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