Me pregunto si prescriben los fantasmas. No me refiero a sábanas flotantes que te acojonan cuando vas con un candelabro por las escaleras del castillo. Me refiero a los fantasmas de cada uno. Esas cosas, de mayor o menor envergadura, que todo bicho viviente va almacenando en una especie de despensa infinita que quizás si que tenga final.
Y a veces lo pienso. Si mis fantasmas volverán algún día para atormentarme y cobrarse su cuota de protagonismo. Para decirme “eh colega, que nunca nos fuimos, así que vas a pagar el peaje, por cabrón”. Y pienso que mi tranquila vida normal puede sufrir un vuelco, y pensar que cosas que me parecieron moralmente correctas en unas determinadas circunstancias ahora son catalogadas como perradas estratosféricas por los puñeteros fantasmas.
Y aquí me encuentro, esperando mientras disparo a diestro y siniestro, cada vez más preparado para lo que tenga que venir, para hacer frente a unos fantasmas que poco van a poder hacer conmigo (he pasado por un divorcio amiguitos, no creo que sea peor que eso) pero con los cuales me gustaría encontrarme antes de volar en la desembocadura del Miño o por el desagüe de mi casa, para hacer una evaluación de lo que he sido y saber que nada puedo cambiar, más que aprender a vivir o a morir con ellos, mi pequeña reserva de tormentos.
Y a veces lo pienso. Si mis fantasmas volverán algún día para atormentarme y cobrarse su cuota de protagonismo. Para decirme “eh colega, que nunca nos fuimos, así que vas a pagar el peaje, por cabrón”. Y pienso que mi tranquila vida normal puede sufrir un vuelco, y pensar que cosas que me parecieron moralmente correctas en unas determinadas circunstancias ahora son catalogadas como perradas estratosféricas por los puñeteros fantasmas.
Y aquí me encuentro, esperando mientras disparo a diestro y siniestro, cada vez más preparado para lo que tenga que venir, para hacer frente a unos fantasmas que poco van a poder hacer conmigo (he pasado por un divorcio amiguitos, no creo que sea peor que eso) pero con los cuales me gustaría encontrarme antes de volar en la desembocadura del Miño o por el desagüe de mi casa, para hacer una evaluación de lo que he sido y saber que nada puedo cambiar, más que aprender a vivir o a morir con ellos, mi pequeña reserva de tormentos.
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