Hace tiempo que tengo claro lo que quiero que se haga con mi cuerpo una vez difunto. Así que lo hago público para que quede constancia. Quiero donar hasta el último de los órganos. De los que estén en condiciones que alguno lo tengo que ni para hacer abono. Así, a bote pronto y aunque sea una pena, no se me ocurre ninguno que pueda servir. Bueno uno si, pero estamos en horario infantil.
Cuando me hayan dejado como una muñeca de trapo, quiero que me incineren. Y con las cenizas tengo dos opciones distintas, más y menos bucólica, pero ambas tienen un elemento común. Quiero que un puñadito, así, como una ración de arroz para uno, lo metan en un botellín de cerveza que tenga como cuatro dedos de cerveza dentro. Agitarlo y quedar para la posteridad convertido en una estupenda emulsión de cerveza.
Las dos opciones son claras y concisas y cualquiera que se invente una alternativa distinta recibirá toda mi ira desde donde esté (concretamente desde dentro del botellín).
La primera de las opciones es depositar con cariño las cenizas en el váter y tirar de la cadena. Solo pensar en la imagen de varias cabezas inclinadas sobre el váter viéndome marchar por el desagüe me mola un puñado. Solo he encontrado a un voluntario dispuesto a concederme tal final.
La segunda es más rollo “hasta la victoria siempre”. Consiste en subir con mis cenizas a lo alto del Monte de Santa Tecla, junto a la desembocadura del Miño, acompañado de un gaitero y hacer sonar la gaita en plan Último Mohicano mientras mis cenizas vuelan monte abajo hasta llegar a la mar. Ya lo dijo el tío Jorge, que la mar es el morir. Esta opción tiene el problema del viento, que si no se calcula bien y te pilla de frente pasa de ser un final heroico a uno bastante gore, todos con mis cenizas entre los maxilares.
En fin, en cualquiera de los dos casos pido que aquellos que me den el último adiós se vayan a un bar, pidan una ronda de cervezas, una para mi también, se sienten y se lo pasen de coña diciéndole al camarero que el que paga es ese que está metido en el botellín en el extremo de la mesa.
Salud y besos.
Cuando me hayan dejado como una muñeca de trapo, quiero que me incineren. Y con las cenizas tengo dos opciones distintas, más y menos bucólica, pero ambas tienen un elemento común. Quiero que un puñadito, así, como una ración de arroz para uno, lo metan en un botellín de cerveza que tenga como cuatro dedos de cerveza dentro. Agitarlo y quedar para la posteridad convertido en una estupenda emulsión de cerveza.
Las dos opciones son claras y concisas y cualquiera que se invente una alternativa distinta recibirá toda mi ira desde donde esté (concretamente desde dentro del botellín).
La primera de las opciones es depositar con cariño las cenizas en el váter y tirar de la cadena. Solo pensar en la imagen de varias cabezas inclinadas sobre el váter viéndome marchar por el desagüe me mola un puñado. Solo he encontrado a un voluntario dispuesto a concederme tal final.
La segunda es más rollo “hasta la victoria siempre”. Consiste en subir con mis cenizas a lo alto del Monte de Santa Tecla, junto a la desembocadura del Miño, acompañado de un gaitero y hacer sonar la gaita en plan Último Mohicano mientras mis cenizas vuelan monte abajo hasta llegar a la mar. Ya lo dijo el tío Jorge, que la mar es el morir. Esta opción tiene el problema del viento, que si no se calcula bien y te pilla de frente pasa de ser un final heroico a uno bastante gore, todos con mis cenizas entre los maxilares.
En fin, en cualquiera de los dos casos pido que aquellos que me den el último adiós se vayan a un bar, pidan una ronda de cervezas, una para mi también, se sienten y se lo pasen de coña diciéndole al camarero que el que paga es ese que está metido en el botellín en el extremo de la mesa.
Salud y besos.
3 comentarios:
yo, por original, te concedería la del váter- pero desafortunadamente creo que no tengo ni voz ni voto en esta decisión, y tus familiares preferirían el final "Braveheart". lo de las cervezas.....concedido, por supuesto.
oye, pero,¿qué tal también unas cervecitas antes de este ultimo viaje?
(besos desde las antípodas)
Yo no creo que esté aqui para tirar de la cadena, pero si así fuera cuenta conmigo. También puedo intentar ganar algún adepto para la causa, más joven y cercano a tí. Ahora mi deseo es que vivas muchos años y que mañana pases una feliz tarde en compañia de tu pequeño tesoro, feliz cumpleaños.
Salud.
Pues no sé qué decirte... Yo comprendo tus deseos, pero paso de tí, te lo digo ya. Ni quiero recordar tu sabor, más que tu imagen, cuando "te coma" literalmente, ni te pienso llevar al bar en un botellín de cerveza en plan: "ya ve, mi amigo gafapastil, muy alternativo él... condenandome a hacerle compañía en esta urna tan particular. Jodiendo hasta después de muerto."
Si quieres, te llevo al gaitero, y que sean tus nietos los que se arriesguen, coño, que para algo valen, a lanzar al abuelo al viento... a las cañas de después me apunto, eso sí, si caes tú primero.Pero solo porque es un mandato y soy una subordinada.
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