He visto como celebran en Medinaceli sus fiestas. Consiste en maltratar a un toro para jolgorio de los presentes. Les atan unas bolas de sebo a los cuernos y les prenden fuego. Entonces, el morlaco, asustado y dolorido recorre la plaza para ver si trinca a alguno de los cabrones responsables de su martirio. Y el espectáculo me solivianta, pero lo que más me jode es que el animal no empitone por donde la espalda pierde su honroso nombre a alguno de esos desalmados torturadores. Las tradiciones bien, gracias. Pero cuando éstas atentan contra el bienestar animal, las justas.
Si quieren un espectáculo divertido pueden prenderle fuego al alcalde, igualito que al toro, poniéndole sebo en las orejas, por ejemplo, y haciéndole correr por la plaza para disfrute y deleite de sus ciudadanos. O si no, al presidente de la Peña Torturadora de Animales en Fiestas, ese honrado padre de familia que transmite la cruel tradición de generación en generación, y que hará que nos partamos el pecho de la risa cuando histérico recorra la plaza en busca de auxilio, que por supuesto no se le dará, mientras su esposa, complaciente cuando se tortura al toro, solloza con sus hijitos en brazos, observando como su maridín se entrega al “vuelta y vuelta por favor”. ¿No os parece divertido?, pues a mi tampoco. Pero prefiero prenderle fuego a un capullo que amparándose en las tradiciones populares y en una mentalidad paleta e ignorante, se cree con el derecho moral a maltratar a un animal, antes que traicionar la lealtad de un toro, un perro o una cabra, cuyo único delito ha sido nacer bajo la tutela de unos seres tan ruines, egoístas y ególatras como los humanos.
Si quieren un espectáculo divertido pueden prenderle fuego al alcalde, igualito que al toro, poniéndole sebo en las orejas, por ejemplo, y haciéndole correr por la plaza para disfrute y deleite de sus ciudadanos. O si no, al presidente de la Peña Torturadora de Animales en Fiestas, ese honrado padre de familia que transmite la cruel tradición de generación en generación, y que hará que nos partamos el pecho de la risa cuando histérico recorra la plaza en busca de auxilio, que por supuesto no se le dará, mientras su esposa, complaciente cuando se tortura al toro, solloza con sus hijitos en brazos, observando como su maridín se entrega al “vuelta y vuelta por favor”. ¿No os parece divertido?, pues a mi tampoco. Pero prefiero prenderle fuego a un capullo que amparándose en las tradiciones populares y en una mentalidad paleta e ignorante, se cree con el derecho moral a maltratar a un animal, antes que traicionar la lealtad de un toro, un perro o una cabra, cuyo único delito ha sido nacer bajo la tutela de unos seres tan ruines, egoístas y ególatras como los humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario