Puede que en el fondo no deje de ser un rasgo de inmadurez. Otra de esas regresiones en las que a veces me zambullo. Patria o muerte. Blanco o negro. Hay asuntos en los que no existen las medias tintas. Ni las dudas. “Lo lamento, pero somos un tercio español” le dijo el Capitán Alatriste a quien le ofrecía rendición para salvar la vida. Con dos cojones. Antes morimos juntos que separarnos humillados.
Y así es. Hay amigos que saben que si quieren algo de mi no tienen más que abrir la boca. No pediré explicaciones, no pediré nada a cambio, no juzgaré ni dudaré. No atenderé a razones, no buscaré lógicas, ni víctimas ni culpables. Si me lo piden, lo haré. Porque son mi reducto, mi guarida, mi vida, mi bandera. Ellos son los Míos. Siempre serán los Míos y siempre estaré a su lado.
Hace muchos años ya dejé en la estacada a uno de los Míos. Yo era pequeño, me pudo el miedo y eché a correr. Han pasado casi veinte años y aún me acuerdo de aquello. Cobarde. Con razón o no (me hubiera llovido la misma ración de hostias a mí) fui un cobarde. Y decidí que nunca más volvería a pasar. Nunca.
Tiene su guasa que termine copiando un texto del antiguo testamento, pero es que en la boda de mi hermano, a parte de una comida excelente, se leyó un texto de esos de ponerse de pie, invadir Gibraltar, de gritarle al mundo que si, que hemos vencido y que algún día, en mis cuentos, en mi cabeza, en mi orgullo o en mi vida, en ese espejo que me refleja aún imberbe, en esa fantasía de confianza ciega, quizás algún día me convierta en caballero, caballero leal, de palabra y honor. Y luche por y con los Míos, en la victoria o en la derrota, hasta la muerte.
‘¡No trates de hacer que te deje! Déjame ir contigo. Donde tú vayas, yo iré, y donde vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, yo moriré, y allí me enterrarán”
Ruth 1:16-17
Y así es. Hay amigos que saben que si quieren algo de mi no tienen más que abrir la boca. No pediré explicaciones, no pediré nada a cambio, no juzgaré ni dudaré. No atenderé a razones, no buscaré lógicas, ni víctimas ni culpables. Si me lo piden, lo haré. Porque son mi reducto, mi guarida, mi vida, mi bandera. Ellos son los Míos. Siempre serán los Míos y siempre estaré a su lado.
Hace muchos años ya dejé en la estacada a uno de los Míos. Yo era pequeño, me pudo el miedo y eché a correr. Han pasado casi veinte años y aún me acuerdo de aquello. Cobarde. Con razón o no (me hubiera llovido la misma ración de hostias a mí) fui un cobarde. Y decidí que nunca más volvería a pasar. Nunca.
Tiene su guasa que termine copiando un texto del antiguo testamento, pero es que en la boda de mi hermano, a parte de una comida excelente, se leyó un texto de esos de ponerse de pie, invadir Gibraltar, de gritarle al mundo que si, que hemos vencido y que algún día, en mis cuentos, en mi cabeza, en mi orgullo o en mi vida, en ese espejo que me refleja aún imberbe, en esa fantasía de confianza ciega, quizás algún día me convierta en caballero, caballero leal, de palabra y honor. Y luche por y con los Míos, en la victoria o en la derrota, hasta la muerte.
‘¡No trates de hacer que te deje! Déjame ir contigo. Donde tú vayas, yo iré, y donde vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, yo moriré, y allí me enterrarán”
Ruth 1:16-17
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