Se cumplen cien años de la Gran Vía de Madrid. He estado leyendo varias cosas acerca de la emblemática vía de la capital de este nuestro reino de las españas o como quiera que se llame ahora. Y la verdad es que me fascina.
Hace tiempo que me declaro ferviente admirador de esta calle. En ella habitan tantos mundos que cuando se quiere visualizar de una sola vez se parece un hermoso a la par que inquietante calidoscopio de muchos colores. Hay limpiabotas, comercios de siempre, comercios de ahora, restaurantes de caña y tapa y establecimientos de postín, cines y teatros, últimamente cuajado de musicales, coches, motos y autobuses. Pero sobretodo, por encima de todo lo que hace grande a esta calle monumental son las personas que por ella transitan, de día y de noche los 365 días del año. Hay turistas, vecinos, putas, borrachos, vagabundos, vagamundos, vietnamitas vendiendo comida en cajas de cartón, policía por doquier, gente con aspecto indescriptible, dos hermanos jevis que ya son un clásico, ejecutivos en busca de un taxi, vendedores de castañas, de helados y refrescos. Muchas vidas en una sola arteria.
Y más vida hubo antes de que grandes cadenas comerciales colonizaran la zona. Estaba Sepu, Nebraska, Madrid Rock, el palacio de la Música hoy convertido en no sé qué a manos de Caja Madrid, el Cine Avenida, los Cines Rex… y así a lo largo del tiempo ha ido sucumbiendo a eso que llamamos progreso y que a veces lo parece y otras se te clava como un témpano de hielo en la memoria.
Cuando hablo de Gran Vía, incluyo los alrededores para lo bueno y para lo malo, hablo de la calle de los libreros, la calle Montera, los difuntos Cines Luna, la ahora pija calle Fuencarral otrora conexión de marcha alternativa madrileña entre Malasaña y Gran Vía, la orientalizada plaza de Mostenses, el barrio de Chueca nido del emergente aunque estancado lobby gay de la capital, hasta llegar al imponente edificio que nos da la bienvenida en la confluencia de Alcalá con Gran Vía, el edificio Metrópoli.
Y con todos los cambios que he visto y con los que no, aún disfruto paseando a cualquier hora del día o de la noche por ella, dejándome arrastrar por una urbe cíclica que envuelve los pasos de todos los que por ella transitamos sin preguntar de donde venimos o a donde vamos. Los que por ahí pasamos dejamos una estela de colores, de vivencias, éxitos y fracasos, anécdotas, delirios, esperanzas y sueños. Retazos sobre lo que fue, es y será siempre la Gran Vía de Madrid.
Hace tiempo que me declaro ferviente admirador de esta calle. En ella habitan tantos mundos que cuando se quiere visualizar de una sola vez se parece un hermoso a la par que inquietante calidoscopio de muchos colores. Hay limpiabotas, comercios de siempre, comercios de ahora, restaurantes de caña y tapa y establecimientos de postín, cines y teatros, últimamente cuajado de musicales, coches, motos y autobuses. Pero sobretodo, por encima de todo lo que hace grande a esta calle monumental son las personas que por ella transitan, de día y de noche los 365 días del año. Hay turistas, vecinos, putas, borrachos, vagabundos, vagamundos, vietnamitas vendiendo comida en cajas de cartón, policía por doquier, gente con aspecto indescriptible, dos hermanos jevis que ya son un clásico, ejecutivos en busca de un taxi, vendedores de castañas, de helados y refrescos. Muchas vidas en una sola arteria.
Y más vida hubo antes de que grandes cadenas comerciales colonizaran la zona. Estaba Sepu, Nebraska, Madrid Rock, el palacio de la Música hoy convertido en no sé qué a manos de Caja Madrid, el Cine Avenida, los Cines Rex… y así a lo largo del tiempo ha ido sucumbiendo a eso que llamamos progreso y que a veces lo parece y otras se te clava como un témpano de hielo en la memoria.
Cuando hablo de Gran Vía, incluyo los alrededores para lo bueno y para lo malo, hablo de la calle de los libreros, la calle Montera, los difuntos Cines Luna, la ahora pija calle Fuencarral otrora conexión de marcha alternativa madrileña entre Malasaña y Gran Vía, la orientalizada plaza de Mostenses, el barrio de Chueca nido del emergente aunque estancado lobby gay de la capital, hasta llegar al imponente edificio que nos da la bienvenida en la confluencia de Alcalá con Gran Vía, el edificio Metrópoli.
Y con todos los cambios que he visto y con los que no, aún disfruto paseando a cualquier hora del día o de la noche por ella, dejándome arrastrar por una urbe cíclica que envuelve los pasos de todos los que por ella transitamos sin preguntar de donde venimos o a donde vamos. Los que por ahí pasamos dejamos una estela de colores, de vivencias, éxitos y fracasos, anécdotas, delirios, esperanzas y sueños. Retazos sobre lo que fue, es y será siempre la Gran Vía de Madrid.
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