La calle Atocha en Madrid representa una auténtica frontera entre dos mundos. Uno artificial y necesario para la ciudad, supongo, que es del barrio de Las Letras, donde conviven turistas, vecinos, la mayor parte autóctonos, y el espíritu de los mentideros de la corte, con sus ilustrados a la cabeza. Tras la calle Atocha el barrio se muta, ya no hay bancos de granito gris, ni letras impresas en dorado en el suelo.
Es Lavapies. Un paseo calle Ave María hacia abajo nos descubre un mundo de colores y culturas, entramado que recuerda los clanes africanos cercados por las fronteras que dibujaron alegremente las potencias coloniales. Indios, subsaharianos, marroquíes, chinos, americanos del sur… Pasamos el Alfaro, los restaurantes indios, el Melos, el de los kebabs, la ferretería de toda la vida, el pub de siempre, el todo a cien y arribamos a la plaza, un mar en el que desembocan las calles adyacentes como traídas de Madrid, invitando a todos (aquí no existen forasteros) a juntarse en torno a la plaza, el teatro, las terrazas de la calle Argumosa, y quizás salir de esta torre de babel subidos a un metro que invita a volver.
Lavapiés tiene una vida especial, tiene vida en la calle, lo cual no deja de ser una excepción en un mundo en el que hemos dejado de lado la calle, los parques (salvo para pasear a nuestros vástagos) y el ocio de exterior para soterrarnos en tiendas y centros comerciales con el único propósito de gastar. Poderoso caballero Don Dinero, Quevedo dixit. Y si, en Lavapiés hay grupos de personas en la calle, charlando, sin hacer más actividad que estar con otros. Y los otros suelen ser los suyos, aún, pero si conseguimos superar esa frontera mayor que la que representa la calle Atocha y que nos reprime en un ánimo nacionalista que no queremos reconocer, algún día los otros serán otros y suyos, nuestros y de allí. Pero siempre aquí.
Así es Lavapiés.
Es Lavapies. Un paseo calle Ave María hacia abajo nos descubre un mundo de colores y culturas, entramado que recuerda los clanes africanos cercados por las fronteras que dibujaron alegremente las potencias coloniales. Indios, subsaharianos, marroquíes, chinos, americanos del sur… Pasamos el Alfaro, los restaurantes indios, el Melos, el de los kebabs, la ferretería de toda la vida, el pub de siempre, el todo a cien y arribamos a la plaza, un mar en el que desembocan las calles adyacentes como traídas de Madrid, invitando a todos (aquí no existen forasteros) a juntarse en torno a la plaza, el teatro, las terrazas de la calle Argumosa, y quizás salir de esta torre de babel subidos a un metro que invita a volver.
Lavapiés tiene una vida especial, tiene vida en la calle, lo cual no deja de ser una excepción en un mundo en el que hemos dejado de lado la calle, los parques (salvo para pasear a nuestros vástagos) y el ocio de exterior para soterrarnos en tiendas y centros comerciales con el único propósito de gastar. Poderoso caballero Don Dinero, Quevedo dixit. Y si, en Lavapiés hay grupos de personas en la calle, charlando, sin hacer más actividad que estar con otros. Y los otros suelen ser los suyos, aún, pero si conseguimos superar esa frontera mayor que la que representa la calle Atocha y que nos reprime en un ánimo nacionalista que no queremos reconocer, algún día los otros serán otros y suyos, nuestros y de allí. Pero siempre aquí.
Así es Lavapiés.
1 comentario:
Un cosa esta clara, la realidad social marca q los espacios se pueden convertir lícitamente en espacios socializadores, no así, la privatización de espacios (de índole publica y/o privada), puede generar dinámicas individualizadoras, convirtiéndose en lugares de tránsito y con objetivos concretos (consumo, control social,…) y no como lugares de establecimientos de redes sociales. Así mismo la privatización de espacios es una respuesta de la clase dominante (entendida esta como la clase q “ofrece el producto”, entendido el producto como prácticas culturales y/o materiales) hacía la necesidad del individuo de espacios para su interrelación y por lo tanto socialización, q el mercado y las políticas globalizadoras se han encargado de poner a disposición de la sociedad, como un medio y no como un fin. En este sentido, se entiende q en los espacios privados pueden darse procesos socializadores de consenso, mientras q un espacio privatizado viene limitado por el fin último de este espacio.
En fin, el espacio, además de influir en las conductas y práctica sociales, es el resultado de la acción de habitar, como Berger y Luckman dirían: “la vida cotidiana”; somos nosotros con nuestras ideas, nuestros proyectos de vida y nuestras propias iniciativas los q dan lugar al espacio y al orden urbano. Asi q…
RECUPEREMOS NUESTRO ESPACIO !!!!!
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