El otro día estaba yo enfrascado en un ciber con cosas de trabajo cuando desde uno de los locutorios me llegó una voz ronca, entrada en edad:
- “Mamá, me escuchás…soy yo…el mayor de tus hijos varones…si…¿te acordás de mi mamá?... si… te extrañamos mucho… si …te llevo en el rincón más preciado del corazón…y los niños también mamá…te quiero…chao”.
Cuando el hombre colgó el teléfono, tenía yo una congoja que ni siquiera me acordaba en lo que andaba trabajando. En el rincón más preciado del corazón, le dijo. Me puse a pensar si todos tenemos ese rinconcito que a tenor de las palabras de aquel hombre debía rebosar amor, por pequeño que fuera. Me miré el pecho. “Nunca Mais”. Intenté ir más allá de la proclama de mi camiseta. ¿Tendría yo ese rinconcito? Tendría ese lugar donde confluirían mis más tenaces amores con las iras más profundas, no en vano los límites se tocan, y si tan pequeño era ese hueco, amor y dolor debían convivir en un extraño pacto de tregua, o de continua batalla.
Pero aquel hombre me hizo pensar solo en el amor. Me imaginé un diminuto espacio, en el que las lágrimas brotaban según la emoción, según el impacto, y los sentimientos las vertían en nuestros ojos, para decir a los demás que ahí, en ese rincón guardamos nuestro más preciado tesoro, un lazo que nos une a los que tenemos lejos, y cerca, a los que se fueron y a los que aún permanecen, y que ese rinconcito es infranqueable, es nuestro fortín y sin él no sentimos. Y morimos.
Intenté mirar la cara del hombre pero ya se había marchado, supongo que entre la ternura de haberle dicho a su madre cuanto la quería y la pena de no sentirse correspondido ahora, años después de haber vivido en sus brazos, en su regazo, de su esfuerzo, y tener que colar la entradilla de “soy el mayor de tus hijos varones”.
Pero yo creo que si le correspondió, porque cuando el amor ha existido entre dos personas no hay distancia, ni tiempo ni demencia que pueda acabar con semejante unión, no hay batalla perdida ni escollo insalvable, siempre que guardemos y cuidemos ese sentimiento en lo más profundo de nosotros, en ese rinconcito del corazón que espero tener la fortuna de encontrar algún día. Y tú, buen hombre, sabes donde lo tienes, y seguro que tu madre también.
- “Mamá, me escuchás…soy yo…el mayor de tus hijos varones…si…¿te acordás de mi mamá?... si… te extrañamos mucho… si …te llevo en el rincón más preciado del corazón…y los niños también mamá…te quiero…chao”.
Cuando el hombre colgó el teléfono, tenía yo una congoja que ni siquiera me acordaba en lo que andaba trabajando. En el rincón más preciado del corazón, le dijo. Me puse a pensar si todos tenemos ese rinconcito que a tenor de las palabras de aquel hombre debía rebosar amor, por pequeño que fuera. Me miré el pecho. “Nunca Mais”. Intenté ir más allá de la proclama de mi camiseta. ¿Tendría yo ese rinconcito? Tendría ese lugar donde confluirían mis más tenaces amores con las iras más profundas, no en vano los límites se tocan, y si tan pequeño era ese hueco, amor y dolor debían convivir en un extraño pacto de tregua, o de continua batalla.
Pero aquel hombre me hizo pensar solo en el amor. Me imaginé un diminuto espacio, en el que las lágrimas brotaban según la emoción, según el impacto, y los sentimientos las vertían en nuestros ojos, para decir a los demás que ahí, en ese rincón guardamos nuestro más preciado tesoro, un lazo que nos une a los que tenemos lejos, y cerca, a los que se fueron y a los que aún permanecen, y que ese rinconcito es infranqueable, es nuestro fortín y sin él no sentimos. Y morimos.
Intenté mirar la cara del hombre pero ya se había marchado, supongo que entre la ternura de haberle dicho a su madre cuanto la quería y la pena de no sentirse correspondido ahora, años después de haber vivido en sus brazos, en su regazo, de su esfuerzo, y tener que colar la entradilla de “soy el mayor de tus hijos varones”.
Pero yo creo que si le correspondió, porque cuando el amor ha existido entre dos personas no hay distancia, ni tiempo ni demencia que pueda acabar con semejante unión, no hay batalla perdida ni escollo insalvable, siempre que guardemos y cuidemos ese sentimiento en lo más profundo de nosotros, en ese rinconcito del corazón que espero tener la fortuna de encontrar algún día. Y tú, buen hombre, sabes donde lo tienes, y seguro que tu madre también.
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