La puerta, al cerrar, sonó a su espalda. El ruido, aunque suave, hizo que se detuviera. No quería hacerlo, o si. Miró de reojo al pomo que con cariño había empuñado, y sin ninguna certeza girado. La puerta estaba entornada. “Quizás…”, sonrió. Quizás, quien sabe, otro día, en otro lugar.
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