Mañana quizás. U hoy. O quizás no. Nada. Pero igual si. No se que pasa con lo que sucede, con lo que planeas que acontezca y no sabes esperar a que ocurra. O que no. Y llega el ansia, la duda, la incertidumbre. Y piensas que no, que igual si, que igual incluso no quieres que ocurra, que fracasarás si no pasa. Entonces te tiemblan las manos, la mente se fuga en una huida hacia delante, tratando de llegar antes que el calendario, de hacer un pronóstico cegado por los nervios. Pronóstico errático y dubitativo. Te pones en situación, esperas lo peor, buscas palabras, las fundes en un collage que se parezca lo máximo posible a un argumento sólido, pero antes de apuntalar la justificación se desploma, y buscas otra línea, otra razón, otra palabra. O no. Por que no lo sabes. Te agotas, te irritas. Un grito. Lo piensas. Esperas. El eco. Era cierto, está ahí. Corres. Ya no hay palabras, ni pretextos ni salidas. Maldita decisión. Maldito cruce de caminos.
Dejé de pensar y me marché cabizbajo del pasillo de refrigerados.
Dejé de pensar y me marché cabizbajo del pasillo de refrigerados.
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