SERVICIOS SOCIALES PARA TODOS Y TODAS. NO A LOS RECORTES

10 junio 2007

UNA CUESTIÓN DE HONOR.


El otro día caminaba yo por un parque cuando me topé con un tropel de niños (con permiso de feministas y otras radicales del género utilizo el término machista y ofensivo “niños” para referirme a niños y niñas) al borde de la adolescencia. Todos muy alborotados como corresponde a esta época del año, a punto de entrar en periodo vacacional y con las temperaturas en aumento.

De pronto y sin que fuera capaz de averiguar el porqué, se lanzaron todos a una carrera sin cuartel, en la misma dirección, entre gritos y risas. ¿He dicho todos? Pues no, todos menos dos. Estos dos seres humanos, infantes cándidos y risueños, mostraron la misma sorpresa que un servidor, y sus caras de perplejidad daban fe de las dudas que les invadían en ese momento. Sus ojos coincidieron u instante, se miraban, no entendían el motivo de semejante espantada, cuando de pronto uno de ellos exclamó “¡El último es un cerdo!”. Cielos, pensé, desde luego que la razón de tan exhausta carrera estaba justificada, vive Dios, se trataba de una cuestión de honor, porque el último en llegar a la meta marcada, se convertiría, al menos por un instante en el cerdo del grupo, un puerco, un marrano, y es bien sabido que a esas edades nadie se puede permitir semejante humillación.

Casi no había terminado la frase, cuando el que la había pronunciado había puesto ya tierra de por medio, en una agónica carrera hasta donde se encontraban sus compañeros, a salvo de la reencarnación porcina. El segundo, no se si petrificado por tan ruin destino, tardó un poco más en echar a correr, pero mientras lo hacía, se le ocurrió alterar las bases de la prueba a la desesperada, a ver si colaba, que el español desde pequeño es ingenioso para alterar el destino, máxime si éste se nos pone en contra. “¡Y el penúltimo gilipollas!”. Toma ya. Así sobre la marcha se le ocurrió que según su escala de valores era mucho mas fino ser un cerdo que un gilipollas. No haré ninguna valoración al respecto ya que para gustos están los colores y si uno prefiere ser un puerco antes que un gilipollas, perfecto (yo aún estoy dirimiendo mi preferencia, que no lo tengo claro).

En fin, que no creo que la última modificación de las bases fuera del todo válida, ya que las prisas que se daba el mentor de la misma por llegar a la meta me hacía pensar que o prefería finalmente ser un gilipollas, o estaba convencido de que su propuesta sería desestimada.

Observaba todo esto con un punto de melancolía, recordando cuando mi vida giraba entre esos derroteros, cuando mis problemas se circunscribían a notas escolares, a niñas que me gustaban, a las canicas que perdía o a las carreras cuya mayor recompensa era salvar el honor personal. Y es que uno considera que la vida de adulto es complicada, pero ¿Quién dijo que ser pequeño fuera tarea fácil?

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