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24 octubre 2006

SOBRE CHIVATOS Y TRAIDORES.


Hace años tuve un compañero de clase que sin ningún pudor, le espetó al profesor (Fragoso, el profesor de filosofía, un cabrón de cuidado) cuando éste se definió como traidor, “a los traidores se les fusila”. De siempre mi madre nos ha educado a mis hermanos y a mí para que no fuéramos unos chivatos, y me alegro, no hay nada que me repatee más que un chota. Cuando éramos chinorros e íbamos a chivarnos a mi madre porque algún hermano había hecho alguna pifia, nos caía al de la pifia y al chivato.

Los chivatos están en todas partes, pero si hay un sitio donde abundan en cantidad es en los trabajos. Suelen ser trepas, inútiles funcionales con una autoestima similar a las luces del Sr. Bush, que cubren ese hueco vital, que de otro modo les llevaría inexorablemente al suicidio, con la posibilidad de hacer trabajitos sucios para el jefe de turno. Lo particular de estas rémoras es que no entienden de colores, les da igual un jefe de derechas que uno de izquierdas, que le guste la playa o la montaña. Ellos siempre harán todo lo posible por agradar y doblarse el espinazo para poner el culito en pompa. La verdad que hasta ahí todo bien, cada cual hace con su indigna vida lo que le pete.

Lo que hace que me subleve es cuando arrasan con lo que pillan y cuando fraguan sus logros a costa de los demás. Entonces añoro el garrote vil, el escarnio público en la plaza de los pueblos. A esos mierdecillas de tres al cuarto habría que colgarles de los güevos para su propia redención. Y eso es poco. Yo en mi trabajo tengo a uno al que e presentaría gustoso a mi amiga la catana, o le llevaría a dar un paseillo por un frondoso bosque acompañado de mi coleguita AK-49. Creo que me bastaría con joderle en vida, así, poco a poco, con sutileza, crearle situaciones que hicieran que perdiera los nervios, que se arrepintiera de todos sus actos viles, de chota y machaca de los temporalmente poderosos. Y cuando estuviera desquiciado, implorando entre sollozos el perdón, a punto de resarcir con su vida el daño causado a no ser que obtuviera nuestra clemencia, acercarse, tranquilo y susurrarle al oído que tantas veces le ayudó a delatarnos, “demasiado tarde, cabrón…”. Pero claro, uno tiene la mala suerte de nacer pacífico y demócrata, y muy a su pesar, debe reconvertir su instinto animal, justiciero y directo, en una mierda de reflexión en un blog que no le interesa a nadie.

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