No vayáis a pensar que este cúmulo de nacionalidades solo me produce el más absoluto desprecio. Que va, este país a veces me da risa, no mucha lo reconozco, pero hay costumbres típicas de esta Ebpaña típica y tópica que me hacen pendular entre la vergüenza y la risa tonta. Hay una que me fascina por encima de otras: el arte de la contemplación. No se si a los españoles nos gusta currar o no, lo que está harto comprobado es que nos encanta ver como trabajan los otros. La escena de personas mirando como de desloman los ajenos en el tajo es habitual por estos lares. Suelen ser personas mayores, no sabemos muy bien porqué, pero observan tenaces los trabajos que se realizan. Podría ser que en el ocaso de sus vidas hayan decidido aprender por la vía rápida nociones sobre forjados, o como cimentar el piso sin dejar las huellas, o por el contrario, a lo mejor esbozan una sonrisita mientras mascullan “currad cabrones que ahora yo tengo todo el tiempo del mundo para ver como os petais al sol entre partida y partida de dominó…”.
El caso es que nos encanta observar. Este afán de motivo inescrutable junto con el instinto cotilla que nos corroe hace que si vemos un grupo de más de cinco personas paradas en la calle, nos da por pararnos también, preguntar que es lo que hay y unirnos al grupo. ¡Ale! Como Vicente, que va donde va la gente…Ya pueden regalar raciones de paella en un acto benéfico a favor de las setas alucinógenas del Alto Aragón, o simplemente contemplar un mimo vestido de hombre de hojalata que se mueve al son del clin clin de las monedas. Da igual…Si lo que nos gusta es ver a los demás, comulgar con ese espíritu de empatía ciudadana que hace que tengamos mayor facilidad para juntarnos con el único y noble propósito de no hacer nada, perder el tiempo, así sin más, con dos cojones. ¡Que viva España! No entiendo como los nacionalistas diversos se quieren independizar, lo juro.
Todo ésto viene a que el otro día pasé por delante del Hotel Palace de Madrid. Había unas cincuenta personas en la puerta con cámaras, videos y demás material gráfico. Reconozco que fugazmente se me pasó por la cabeza la posibilidad de unirme a la prole no sin antes preguntar que personaje estaban aguardando. Este dato es importante porque en un país donde el programa más visto del día es la salsa rosa se hace con tomate… o algo así, puedes encontrar gente enfervorecida esperando con el mismo entusiasmo a un jugador de fútbol, a una mema de tamaño de tetas inversamente proporcional a su intelecto, a un nóbel de la literatura (creo que en este caso peco de ingénuo) o al papa Mazinger, y claro, no es plan de salir en la tele esperando la salida del hotel de un escritor consagrado…
Volviendo al lío. El caso es que me enteré más tarde, en las noticias, que los que allí moraban eran los Rolling Stones. ¡Nada menos! Que pena, tuve la oportunidad de esperar al sol, soportando los 50 grados de Madrid, encomendándome al Cristo de Medinacelli para no palmar de una lipotimia para ver de refilón y en tres segundos a esa cara de pasa que se resiste a retirarse con dignidad (hace tiempo que pasó su tren, pero nunca es tarde si la dicha es buena). Si al final seguro que el sacrificio merece la pena, claro que si, si sobrevivimos al infierno de un mediodía en Madrid en Agosto y conseguimos despegar los labios secos por la deshidratación, lo mejor viene después. ¡Podremos contarlo! ¡Yuju Yuju!. “Sabes tío, he visto a los Rolling, ¡puaf! Que pasote tronco, mira tengo una foto” y el otro contesta pasmao “Ah, que guay tío, así que ¿esa nuca es del cara de pasa? ¿Y esas quemaduras que tienes en los brazos?” “nada tío, es que me torré al sol, pero ha merecido la pena…”.
Anonadado, estoy anonadado. ¿Sabéis una cosa? Me quedé sin ver a los Rolling y no puede contarlo, pero aún recuerdo el día que estuve, hace ya 13 años, cinco horas bajo la lluvia en los Campos Elíseos de París para conseguir una firma de los Metallica, y aún la conservo, ¿Queréis que os lo cuente? je je je.
El caso es que nos encanta observar. Este afán de motivo inescrutable junto con el instinto cotilla que nos corroe hace que si vemos un grupo de más de cinco personas paradas en la calle, nos da por pararnos también, preguntar que es lo que hay y unirnos al grupo. ¡Ale! Como Vicente, que va donde va la gente…Ya pueden regalar raciones de paella en un acto benéfico a favor de las setas alucinógenas del Alto Aragón, o simplemente contemplar un mimo vestido de hombre de hojalata que se mueve al son del clin clin de las monedas. Da igual…Si lo que nos gusta es ver a los demás, comulgar con ese espíritu de empatía ciudadana que hace que tengamos mayor facilidad para juntarnos con el único y noble propósito de no hacer nada, perder el tiempo, así sin más, con dos cojones. ¡Que viva España! No entiendo como los nacionalistas diversos se quieren independizar, lo juro.
Todo ésto viene a que el otro día pasé por delante del Hotel Palace de Madrid. Había unas cincuenta personas en la puerta con cámaras, videos y demás material gráfico. Reconozco que fugazmente se me pasó por la cabeza la posibilidad de unirme a la prole no sin antes preguntar que personaje estaban aguardando. Este dato es importante porque en un país donde el programa más visto del día es la salsa rosa se hace con tomate… o algo así, puedes encontrar gente enfervorecida esperando con el mismo entusiasmo a un jugador de fútbol, a una mema de tamaño de tetas inversamente proporcional a su intelecto, a un nóbel de la literatura (creo que en este caso peco de ingénuo) o al papa Mazinger, y claro, no es plan de salir en la tele esperando la salida del hotel de un escritor consagrado…
Volviendo al lío. El caso es que me enteré más tarde, en las noticias, que los que allí moraban eran los Rolling Stones. ¡Nada menos! Que pena, tuve la oportunidad de esperar al sol, soportando los 50 grados de Madrid, encomendándome al Cristo de Medinacelli para no palmar de una lipotimia para ver de refilón y en tres segundos a esa cara de pasa que se resiste a retirarse con dignidad (hace tiempo que pasó su tren, pero nunca es tarde si la dicha es buena). Si al final seguro que el sacrificio merece la pena, claro que si, si sobrevivimos al infierno de un mediodía en Madrid en Agosto y conseguimos despegar los labios secos por la deshidratación, lo mejor viene después. ¡Podremos contarlo! ¡Yuju Yuju!. “Sabes tío, he visto a los Rolling, ¡puaf! Que pasote tronco, mira tengo una foto” y el otro contesta pasmao “Ah, que guay tío, así que ¿esa nuca es del cara de pasa? ¿Y esas quemaduras que tienes en los brazos?” “nada tío, es que me torré al sol, pero ha merecido la pena…”.
Anonadado, estoy anonadado. ¿Sabéis una cosa? Me quedé sin ver a los Rolling y no puede contarlo, pero aún recuerdo el día que estuve, hace ya 13 años, cinco horas bajo la lluvia en los Campos Elíseos de París para conseguir una firma de los Metallica, y aún la conservo, ¿Queréis que os lo cuente? je je je.
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