Hace ya tiempo que comenté algo acerca de las normas de seguridad de los aviones y como mi hijo masticaba las instrucciones de actuación en caso de emergencia mientras la azafata, muy aplicada ella, simulaba soplar por el canutillo rojo del chaleco salvavidas.
El caso es que en los últimos tiempos, y gracias a las condiciones de explotación del personal y las incomodidades varias repercutidas en los precios a la baja, he viajado bastante en avión. Y como el espacio para poner las piernas no se adecua del todo al largo de las mismas, hago por sentarme en la salida de emergencia.
Pues resulta que los que ahí se sientan tienen la obligación de colaborar en caso de emergencia. Te cagas. Y te dan unas instrucciones específicas y todo, en las cuales te indican como abrir la puerta de emergencia. He tenido a bien sacarle una foto porque de verdad de la buena hoy aquí os digo: Si soy yo el que va en vuestro avión y vuestra vida depende de que sea capaz de hacer toda esa operación tened una certeza. Vais a morir.
Situación hipotética: El avión se la ha endiñado, vamos a suponer que suavemente porqué si la toña es de nota entonces creo que poco importa mi destreza abriendo el agujerillo ese. Bien, 185 pasajeros que sin tener yo nada que ver con el mundo de la aeronáutica ni de las emergencias, podría jugarme mi escaso patrimonio a que relajados en plan zen no iban a estar. Al menos no todos. Bueno pues eso, casi doscientos tipos y tipas (ahí va mi toque por la igualdad de género ¡yeah!) gritando histéricos mientras intentan sin éxito quitarse las mascarillas para posteriormente ponerse detrás de mí en espera de poder salir. Y yo, oh ejemplo de templanza y relajación me fijo en el cartel y después en la puerta, y otra vez en el cartel y otra vez en la puerta, y pienso que mejor hubiera sido morir todos en el impacto, porqué esa puerta es por alguna razón mucho más grande que el agujero por el que tiene que pasar, y además si lo consiguiera tendría que lanzarme el primero por el tobogán ese gigante. Y por cierto, toda esa operación, y siempre según el dibujo, la tengo que hacer sentado.
Conclusión: para vuelos de menos de catorce horas he decidido que prefiero ir con las piernas estrujadas, que igual palmo por el síndrome de la clase turista pero por lo menos no cargo con la responsabilidad de la muerte de todo el avión. Y lo llaman salida de emergencia.
El caso es que en los últimos tiempos, y gracias a las condiciones de explotación del personal y las incomodidades varias repercutidas en los precios a la baja, he viajado bastante en avión. Y como el espacio para poner las piernas no se adecua del todo al largo de las mismas, hago por sentarme en la salida de emergencia.
Pues resulta que los que ahí se sientan tienen la obligación de colaborar en caso de emergencia. Te cagas. Y te dan unas instrucciones específicas y todo, en las cuales te indican como abrir la puerta de emergencia. He tenido a bien sacarle una foto porque de verdad de la buena hoy aquí os digo: Si soy yo el que va en vuestro avión y vuestra vida depende de que sea capaz de hacer toda esa operación tened una certeza. Vais a morir.
Situación hipotética: El avión se la ha endiñado, vamos a suponer que suavemente porqué si la toña es de nota entonces creo que poco importa mi destreza abriendo el agujerillo ese. Bien, 185 pasajeros que sin tener yo nada que ver con el mundo de la aeronáutica ni de las emergencias, podría jugarme mi escaso patrimonio a que relajados en plan zen no iban a estar. Al menos no todos. Bueno pues eso, casi doscientos tipos y tipas (ahí va mi toque por la igualdad de género ¡yeah!) gritando histéricos mientras intentan sin éxito quitarse las mascarillas para posteriormente ponerse detrás de mí en espera de poder salir. Y yo, oh ejemplo de templanza y relajación me fijo en el cartel y después en la puerta, y otra vez en el cartel y otra vez en la puerta, y pienso que mejor hubiera sido morir todos en el impacto, porqué esa puerta es por alguna razón mucho más grande que el agujero por el que tiene que pasar, y además si lo consiguiera tendría que lanzarme el primero por el tobogán ese gigante. Y por cierto, toda esa operación, y siempre según el dibujo, la tengo que hacer sentado.
Conclusión: para vuelos de menos de catorce horas he decidido que prefiero ir con las piernas estrujadas, que igual palmo por el síndrome de la clase turista pero por lo menos no cargo con la responsabilidad de la muerte de todo el avión. Y lo llaman salida de emergencia.
1 comentario:
Me he tenido que reír, ehhh... pero es un marrón :)
Vengatriz (www.abajolasopos.wordpress)
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