La interminable tarea de conocerse a uno mismo está llena de vericuetos extraños que llevan entre la sorpresa y la decepción a todos los estados intermedios. Este camino se antoja complicado por dos motivos.
El primero es no saber hasta que punto estamos dispuestos a desnudarnos delante del peor de nuestros críticos, que como ustedes ya habrán aventurado, es uno mismo. No tengo claro querer llegar a descubrir quien soy, estando como estoy cómodamente apoltronado en lo que creo que soy. Y así sigo. Es como si navegando hubiera encontrado una agradable playa que me hiciera renunciar a seguir camino. Claro que en algún momento podríamos llegar a tener la certeza de que lo que creemos ser, es en realidad lo que somos. Y eso siempre es un error, entre otras cosas porque somos un estado en cambio permanente, y nunca llegaremos a tener una foto fija de nosotros mismos. En el momento que nos descubramos, ya habremos cambiado. Y tendremos que volver a empezar, porque no es un camino lineal, aquí no vale la teoría de la ruta más corta entre dos puntos, porque la visión de un estado desde otro puede ser un espejismo, motivado por los estados de ánimo y por el ansia de volver a reencontrarnos. Es mejor asumir que somos como una corriente, que nos mece y nos lleva por un cauce en el que lo que mejor podemos hacer es buscar un hueco, controlar los vaivenes caprichosos del río y disfrutar del trayecto. Y para tener el control debemos tener una idea de lo que somos, de lo que creemos ser. Y ya volvemos a empezar.
El segundo motivo que hace ardua la tarea de llegar a saber quien somos, no somos nosotros mismos sino los demás. Cada uno opta por intentar encontrarse o dejarse llevar, pero a lo largo de ese camino interactúa con los otros, influyendo en caminos ajenos y siendo influido en el propio. Y ahí llega la verdadera complicación, que no solo hay que lidiar con uno mismo, lo que somos o creemos ser sino que debemos relacionarnos con lo que son los demás. Y aquí no hay duda: Lo que creemos que son los demás. Y como uno mismo, las demás personas que a lo largo de nuestras vidas nos regalan parte de ellas o nos arrancan parte de lo que somos, forman un estado cambiante a las que nunca llegaremos a definir con márgenes precisos. Y sus márgenes se fundirán con los nuestros para formar una extraña forma de conjunto matemático, conjugando dos formas de ser o de creer ser para ir formando extraordinarias formas geométricas con las personas que fluctúan a nuestro alrededor. Pero todos cambiamos forzando a lo imposible determinadas figuras, que en algunos cosas se derrumban y en otros emergen como nuevas estampas en el camino del ser, de uno o de varios. Y todos esos matices que salpican de pigmentos diferentes, o a veces incluso iguales, nuestro fondo, a la vez que conforman nuestra propia forma de ser añaden pinceladas a un dibujo que casi teníamos definido, cambiándolo de forma, difuminando un lienzo que nunca llegaremos a colgar. Ni siquiera a enmarcar.
Y con todo lo que somos, lo que creemos ser, lo que quieren que seamos, lo que sienten que somos, lo que proyectamos ser, lo que querríamos llegar a ser, lidio a diario por estos caminos difusos, líneas rectas y curvas, tangentes sinuosas, aristas imposibles, conjuntos matemáticos, entre la poltrona de creer saber quien soy y el ansia de descubrirme algún día.
Joder…¿Qué habré desayunado hoy?
El primero es no saber hasta que punto estamos dispuestos a desnudarnos delante del peor de nuestros críticos, que como ustedes ya habrán aventurado, es uno mismo. No tengo claro querer llegar a descubrir quien soy, estando como estoy cómodamente apoltronado en lo que creo que soy. Y así sigo. Es como si navegando hubiera encontrado una agradable playa que me hiciera renunciar a seguir camino. Claro que en algún momento podríamos llegar a tener la certeza de que lo que creemos ser, es en realidad lo que somos. Y eso siempre es un error, entre otras cosas porque somos un estado en cambio permanente, y nunca llegaremos a tener una foto fija de nosotros mismos. En el momento que nos descubramos, ya habremos cambiado. Y tendremos que volver a empezar, porque no es un camino lineal, aquí no vale la teoría de la ruta más corta entre dos puntos, porque la visión de un estado desde otro puede ser un espejismo, motivado por los estados de ánimo y por el ansia de volver a reencontrarnos. Es mejor asumir que somos como una corriente, que nos mece y nos lleva por un cauce en el que lo que mejor podemos hacer es buscar un hueco, controlar los vaivenes caprichosos del río y disfrutar del trayecto. Y para tener el control debemos tener una idea de lo que somos, de lo que creemos ser. Y ya volvemos a empezar.
El segundo motivo que hace ardua la tarea de llegar a saber quien somos, no somos nosotros mismos sino los demás. Cada uno opta por intentar encontrarse o dejarse llevar, pero a lo largo de ese camino interactúa con los otros, influyendo en caminos ajenos y siendo influido en el propio. Y ahí llega la verdadera complicación, que no solo hay que lidiar con uno mismo, lo que somos o creemos ser sino que debemos relacionarnos con lo que son los demás. Y aquí no hay duda: Lo que creemos que son los demás. Y como uno mismo, las demás personas que a lo largo de nuestras vidas nos regalan parte de ellas o nos arrancan parte de lo que somos, forman un estado cambiante a las que nunca llegaremos a definir con márgenes precisos. Y sus márgenes se fundirán con los nuestros para formar una extraña forma de conjunto matemático, conjugando dos formas de ser o de creer ser para ir formando extraordinarias formas geométricas con las personas que fluctúan a nuestro alrededor. Pero todos cambiamos forzando a lo imposible determinadas figuras, que en algunos cosas se derrumban y en otros emergen como nuevas estampas en el camino del ser, de uno o de varios. Y todos esos matices que salpican de pigmentos diferentes, o a veces incluso iguales, nuestro fondo, a la vez que conforman nuestra propia forma de ser añaden pinceladas a un dibujo que casi teníamos definido, cambiándolo de forma, difuminando un lienzo que nunca llegaremos a colgar. Ni siquiera a enmarcar.
Y con todo lo que somos, lo que creemos ser, lo que quieren que seamos, lo que sienten que somos, lo que proyectamos ser, lo que querríamos llegar a ser, lidio a diario por estos caminos difusos, líneas rectas y curvas, tangentes sinuosas, aristas imposibles, conjuntos matemáticos, entre la poltrona de creer saber quien soy y el ansia de descubrirme algún día.
Joder…¿Qué habré desayunado hoy?