El jueves estuve en el infierno. Y regresé. Típica frase de cuenta batallitas que ha estado en alguna guerra o catástrofe natural. Pues yo he estado allí. En el infierno. Tenía forma de parque infantil.
El caso es que llevo a mi vástago a un parque muy pijo, lleno de gente muy pija. Hay de dos tipos, los clásicos y los modernitos. Pero es que es para mear y no echar gota. Están todos los nenes con las chicas, chicas de servicio, las chachas vaya…todas ellas de la parte de abajo de América. Y llaman a los niños por nombres como Gonzaga, Simoneta, Olmo (lo juro por mi palo de golf más preciado), Pelayo… Y van todos monísimos, o de uniforme o recién vomitados de un catálogo del Corte Inglés.
El caso es que llegué pronto al parque, cuando aún no odiaba a la humanidad por ausencia de ésta, y claro, me senté en un banco en plan relajado, lo cual no hago jamás pero me dió por ahí. Poco a poco empezó la invasión de enanos gritones. Muchos pequeños seres humanos con uniformes requetemonos, pero que hasta los chandales (¿como coño se escribe chandal en plural?) molan un güevo y todos gritando, que en eso no se diferencia un niño pijo de uno del populacho. El caso es que nunca había compartido esa costumbre de las chicas (de servicio) de cuidar a los niños con los cascos puestos escuchando música. Pero en ese momento me di cuenta que hasta el reggeton más cruel era mejor que aquella banda sonora estrepitosa y violenta en forma de griterío infantil.
En medio de aquel estrés me consolaba la posibilidad de que algún niño de esos que había subidos en lo alto de la pirámide de cuerdas se pegara un ostión y hubiera gritos, pero estos con razón, como decía mi madre cuando llorábamos sin motivo siendo chicos “ven aquí que te doy un bofetón y así lloras por algo…”. Esta posibilidad me dejo de motivar cuando fue mi hijo el que se encontraba allí arriba. El caso es que estaba ya apretujado en el banco entre varias chicas cuando llegó la abuela pija con su puto perro con el collarcito de la bandera de España (el perro, no la señora. Menudo ultraje a la bandera), y me quedé con ganas de decirle a la viejita que saliera con su perro del recinto infantil, pero es que ya no confiaba ni en mi buena educación, ni en mi mismo, ni en el mundo ni nada…
De repente creí estar muerto. Cuando ya con la vista nublada, las pulsaciones a doscientos y tembleque en las extremidades sentí una relajación sin precedentes en un parque infantil, estaba a gusto, tanto es así que parecía que me masajeaban la espalda… Pues si. Efectivamente me masajeaba la espalda un puto niño haciendo de ésta su particular circuito para el cochecito de turno. Pues no era grande el parque y no tendría espalda su padre, madre o chica de servicio que tuvo que venir a hacer el rodaje de su bólido sobre mis vértebras…
En un momento dado mi retoño me pidió que le sacara una foto al peluche de una niña, y pensé que era lo que me faltaba. Ya veía el titular “Joven depravado saca fotos a niños en tal parque…”. En fin que todo era un estrés, un horror, un infierno… y entonces comprendí porque las chicas estas, cuidadoras, estaban todas zumbándose mate. Porque para aguantar eso a diario con un criajo que no es tuyo hay que endrogarse fijo, de hecho estoy pensando seriamente en hacerme una infusión de lexatin para el próximo día.
El caso es que llevo a mi vástago a un parque muy pijo, lleno de gente muy pija. Hay de dos tipos, los clásicos y los modernitos. Pero es que es para mear y no echar gota. Están todos los nenes con las chicas, chicas de servicio, las chachas vaya…todas ellas de la parte de abajo de América. Y llaman a los niños por nombres como Gonzaga, Simoneta, Olmo (lo juro por mi palo de golf más preciado), Pelayo… Y van todos monísimos, o de uniforme o recién vomitados de un catálogo del Corte Inglés.
El caso es que llegué pronto al parque, cuando aún no odiaba a la humanidad por ausencia de ésta, y claro, me senté en un banco en plan relajado, lo cual no hago jamás pero me dió por ahí. Poco a poco empezó la invasión de enanos gritones. Muchos pequeños seres humanos con uniformes requetemonos, pero que hasta los chandales (¿como coño se escribe chandal en plural?) molan un güevo y todos gritando, que en eso no se diferencia un niño pijo de uno del populacho. El caso es que nunca había compartido esa costumbre de las chicas (de servicio) de cuidar a los niños con los cascos puestos escuchando música. Pero en ese momento me di cuenta que hasta el reggeton más cruel era mejor que aquella banda sonora estrepitosa y violenta en forma de griterío infantil.
En medio de aquel estrés me consolaba la posibilidad de que algún niño de esos que había subidos en lo alto de la pirámide de cuerdas se pegara un ostión y hubiera gritos, pero estos con razón, como decía mi madre cuando llorábamos sin motivo siendo chicos “ven aquí que te doy un bofetón y así lloras por algo…”. Esta posibilidad me dejo de motivar cuando fue mi hijo el que se encontraba allí arriba. El caso es que estaba ya apretujado en el banco entre varias chicas cuando llegó la abuela pija con su puto perro con el collarcito de la bandera de España (el perro, no la señora. Menudo ultraje a la bandera), y me quedé con ganas de decirle a la viejita que saliera con su perro del recinto infantil, pero es que ya no confiaba ni en mi buena educación, ni en mi mismo, ni en el mundo ni nada…
De repente creí estar muerto. Cuando ya con la vista nublada, las pulsaciones a doscientos y tembleque en las extremidades sentí una relajación sin precedentes en un parque infantil, estaba a gusto, tanto es así que parecía que me masajeaban la espalda… Pues si. Efectivamente me masajeaba la espalda un puto niño haciendo de ésta su particular circuito para el cochecito de turno. Pues no era grande el parque y no tendría espalda su padre, madre o chica de servicio que tuvo que venir a hacer el rodaje de su bólido sobre mis vértebras…
En un momento dado mi retoño me pidió que le sacara una foto al peluche de una niña, y pensé que era lo que me faltaba. Ya veía el titular “Joven depravado saca fotos a niños en tal parque…”. En fin que todo era un estrés, un horror, un infierno… y entonces comprendí porque las chicas estas, cuidadoras, estaban todas zumbándose mate. Porque para aguantar eso a diario con un criajo que no es tuyo hay que endrogarse fijo, de hecho estoy pensando seriamente en hacerme una infusión de lexatin para el próximo día.
3 comentarios:
¡jajaja!!! pero que poco aguantais los padres... responsables.
Pues no te queda ná... hazte la infusión.
Bua! Eso no es nada, querido... En el parque al que yo llevo a mi sobrina, las chicas de servicio van con uniforme, son todas filipinas y les gritan a los niños en inglés:
"Bosco!! Stop messing around!!"
Yo me siento en un banco y miro la escena flipando tanto como si estuviera viendo un documental de La 2 sobre las profundidades del océano Antártico.
De momento, a Bosco y Mencía no parece importarles que el chándal de mi sobrina sea de mercadillo y sus juguetes de los chinos, pero ya crecerán...
jijijiji Turula, lo que dices de las fotos cuidado yo conozco a un tio que por fotografiar jilgueros en un parque le requiso la camara la policia local, vaya tiempos, en fin como dice un buen amigo en estos casos cuando uno se estresa solo puedes hacer una cosa, relajate y disfruta.
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