La verdad es que es para sentirse mayor y añorar. Y todo por un taco. Pero no por un taco en plan improperio, así mecagüen y todo eso, sino un taco de los de broca, taco y taladro. El otro día andaba yo apurado con ciertos arreglos domésticos, y entre las muchas cosas que se me dan mal, están las tareas del hogar propias de mi género (del género imbécil, no se me mosqueen las hembristas desbocadas). Así que precisaba colgar unas estanterías, poca cosa, pero quería comprar los tacos más adecuados.
Pensé que sería lo más barato, piticlín piticlín. Y me vino a la cabeza esa cadena del bricolaje donde uno puede encontrar casi todo. Si lo encuentra. Y si lo conoce. Y ahí radica mi problema, que yo necesito a un ser humano que me eche una mano, que me oriente, me explique como si tuviera dos años, me mime… y en esos sitios encontramos unos dependientes, que sin tener nada en su contra, no es que sean los nóbeles del bricolaje, si los encontramos. Total que uno va allí y no mola nada de nada, y lo normal es que o se te dan bien las cosas, y ya he dicho que no es el caso, o sales con las manos vacías o con una masilla muy chula que no necesitas pero has visto en la línea de caja y sirve para pegar de todo.
Sin embargo se puede ir a un establecimiento en peligro de extinción. Si, uno de esos que se llaman “comercios de toda la vida” que deben ser de toda la vida de antes, porque si es por la vida que tienen por delante van apañados; en este caso en su versión ferretería. Y entré en la ferretería donde tenían apilado de todo por todos lados, desde hornillos a herramientas, tuercas, tornillos, cajas, felpudos… y me acordé de la ferretería del barrio donde crecí. El chico tenía armarios y en las puertas sujeto una muestra de cada una de las cosas que tenía dentro de ese compartimiento. Me acordé de las pequeñas cajas de cartón, profundas y de un gris particular, donde estaban los tornillos. Como los ponía sobre la barra de contrachapado para explicarte que si la punta, la cabeza de estrella o el largo tal y cual.
La mujer me explicó como podía colgar las estanterías, me sugirió cortar los tacos, coger unos en concreto, me abrió una de las cajas para que los viera mejor, los tocara y finalmente me los envolvió en un papel marrón de esos de “ferretería”, papel en el cual había escrito previamente la cuenta con un boli bic.
Creo que pagué más, o no. Porque además del instrumental en este caso me llevé una clase magistral sobre tacos y tornillos, un trato amable y una sobredosis de nostalgia por lo que fuimos un día antes de ser devorados por nuestros propios inventos. Turula dixit.
Pensé que sería lo más barato, piticlín piticlín. Y me vino a la cabeza esa cadena del bricolaje donde uno puede encontrar casi todo. Si lo encuentra. Y si lo conoce. Y ahí radica mi problema, que yo necesito a un ser humano que me eche una mano, que me oriente, me explique como si tuviera dos años, me mime… y en esos sitios encontramos unos dependientes, que sin tener nada en su contra, no es que sean los nóbeles del bricolaje, si los encontramos. Total que uno va allí y no mola nada de nada, y lo normal es que o se te dan bien las cosas, y ya he dicho que no es el caso, o sales con las manos vacías o con una masilla muy chula que no necesitas pero has visto en la línea de caja y sirve para pegar de todo.
Sin embargo se puede ir a un establecimiento en peligro de extinción. Si, uno de esos que se llaman “comercios de toda la vida” que deben ser de toda la vida de antes, porque si es por la vida que tienen por delante van apañados; en este caso en su versión ferretería. Y entré en la ferretería donde tenían apilado de todo por todos lados, desde hornillos a herramientas, tuercas, tornillos, cajas, felpudos… y me acordé de la ferretería del barrio donde crecí. El chico tenía armarios y en las puertas sujeto una muestra de cada una de las cosas que tenía dentro de ese compartimiento. Me acordé de las pequeñas cajas de cartón, profundas y de un gris particular, donde estaban los tornillos. Como los ponía sobre la barra de contrachapado para explicarte que si la punta, la cabeza de estrella o el largo tal y cual.
La mujer me explicó como podía colgar las estanterías, me sugirió cortar los tacos, coger unos en concreto, me abrió una de las cajas para que los viera mejor, los tocara y finalmente me los envolvió en un papel marrón de esos de “ferretería”, papel en el cual había escrito previamente la cuenta con un boli bic.
Creo que pagué más, o no. Porque además del instrumental en este caso me llevé una clase magistral sobre tacos y tornillos, un trato amable y una sobredosis de nostalgia por lo que fuimos un día antes de ser devorados por nuestros propios inventos. Turula dixit.