No se si a medida que crecemos maduramos o nos hacemos gilipollas. Cada vez me inclino más por lo segundo. El otro día estaba yo en el parque con mi señor retoño cuando un chavalín de cinco años se acercó a Daniel y le pidió jugar con él. Al cabo de un rato de jugar con los animales de mi vástago, el otro chaval se marchó para volver a los pocos minutos con un Wall-E de peluche.
Después de someterme a un severo interrogatorio para confirmar mi paternidad sobre Daniel (el caso es que el chiquillo no acababa de fiarse y no hacía más que repetirle a Daniel “¿pero es tu padre?” como si de alguna manera le estuviera diciendo “si este tipo te tiene retenido contra tu voluntad hazme una señal que voy en busca de ayuda…”) me soltó un,
- Wall-E también se dice así en inglés.
- ¿Ah si? Curioso…- no supe que más decir.
- Si. Y también en castellano.
Acabáramos, no me cuadra que un niño de cinco años diga “castellano”.
- Y en euskera...
Aclarado.
- ¿De donde eres Diego?- le pregunté con curiosidad.
- De Durango.- Reconozco que lo dijo con ese acentillo que me hizo echar de menos un “ostia” al final de la frase.
Y a partir de ese momento se abrió la veda. El tal Diego tuvo a Durango en la boca todo el rato, que si en Durango tengo dos teles, que si en Durango tengo nosequé dinosaurios…y el caso es que Daniel escuchaba (o no) con total naturalidad, como si conociera Durango de toda la vida. Después, y volviendo al tema de mi cuestionada paternidad, Daniel le contó a Diego, vecino de Durango para más señas, que él tenía una casa de su mamá y otra de su papá (creo que Diego me volvió a mirar de reojo), que además tenía una casa nueva; “¿de tu mamá?” preguntó Diego. “No de papá” contestó Daniel. La conversación iba por unos derroteros incomprensibles, y de hecho creo que a Diego se le ocurrieron un par de preguntitas para sus padres, pero el caso es que entre conversaciones de Durango y nuevas composiciones familiares transcurrió el rato.
No se cuanto entendieron el uno y el otro, el caso es que jugaron con una cordialidad y una naturalidad que ya me gustaría para muchos adultos que generan rechazo al otro por su procedencia (lo dice uno que tiene amigos que se niegan a pisar el país vasco o a comprar en determinados comercios por el simple hecho de ser vascos). Igual es eso lo que nos hace falta, seguir siendo niños, no cargarnos de prejuicios imbéciles que no hacen sino separarnos y distanciarnos, y jugar como Daniel y Diego con el que tenemos delante, con un Wall-E de peluche o con lo que nos salga del hipocondrio, sin que nos importe si el bicho en cuestión es de Durango o de Villaridruejo del Potojo.
Turula dixit.
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