Son esclavos de la calle. Se les ve entre cartones o con ellos en la mano, se les oye y se les huele, pero no se les toca. Vagan sin rumbo o con él incierto. Piden, o no. Se arrastran por unas calles que les abre camino, hacia nada, hacia otro día sin resguardo, hacia otra brecha sin apoyo, hacia otra calle que les ve pasar. Sienten y sufren, gozan, ríen, lloran, siempre entre sus escasos enseres, una virgen, una cajita, un cartel escrito con faltas de ortografía y letras desiguales.
El tiempo pasa sin hacerlo, lo riegan, lo matan, se despiden de una vida que les fue robada o de la que se desprendieron entregándose a las galeras del ocaso. Ahora vagan, transitan, observan, nos hablan sin palabras que nosotros no escuchamos, no vemos. Ellos son así, con sus glorias pasadas quizás y sus miserias que engullen un consciente que les mantiene despiertos mientras las raíces del adiós trepan cuerpo arriba. Un día no estarán, estarán otros, con sus vidas en una caja de recuerdos, y serán invisibles en una calle transitada, aunque no faltarán a la cita con la melancolía recordando que fueron un día lo que hoy no vemos, diluido todo en el fondo de ese abismo rojo.
El tiempo pasa sin hacerlo, lo riegan, lo matan, se despiden de una vida que les fue robada o de la que se desprendieron entregándose a las galeras del ocaso. Ahora vagan, transitan, observan, nos hablan sin palabras que nosotros no escuchamos, no vemos. Ellos son así, con sus glorias pasadas quizás y sus miserias que engullen un consciente que les mantiene despiertos mientras las raíces del adiós trepan cuerpo arriba. Un día no estarán, estarán otros, con sus vidas en una caja de recuerdos, y serán invisibles en una calle transitada, aunque no faltarán a la cita con la melancolía recordando que fueron un día lo que hoy no vemos, diluido todo en el fondo de ese abismo rojo.
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