Estoy pasando por días de esos en los que a uno no le apetece ni hacer ni decir nada. Supongo que el último reducto de mi ánimo se encuentra en alguna parte en los extremos de mis dedos. Por alguna razón me apetece escribir. Siempre ha sido así. Cuando no quiero hablar, escribo. También siento, pienso, vivo...pero la diferencia entre todo lo anterior y el hecho de escribir, es que esto último lo hago conscientemente. Siempre me ha servido como válvula de escape, como las ollas a presión, con la pequeñísima salvedad de no silbar como hace la olla cuando sale la presión por mis dedos. En fin, se me va la olla (ya que hablamos de ellas...).
Como decía, o eso intentaba transmitir, he tenido días mejores. También es verdad que los he tenido peores. Estaba yo regocijándome en mi tristeza cuando leí en el diario El Mundo la sección de Obituarios (podría ser una sección de grupos de Rock duro, ¿verdad?). No es que me encontrara especialmente apocalíptico, de hecho si me paré en esa sección fue porque vi la foto de uno de los tristes protagonistas de la misma. No era otro que NORISUYI PAT MORITA, que murió el 24 de noviembre a la edad de 73 años. La mayoría de nosotros no hubiéramos reparado en ello si no fuera porque el difunto no es otro que el maestro de ese pequeño estudiante que se transformó en Karate Kid. Y como cuando uno está nublado todo son tormentas, pues me dio mucha pena.
Me acuerdo cuando vi la peli. Por entonces yo era un alumno del montón (del montón en popularidad, porque en lo referente a los estudios era más bien de la parte de abajo del montón) y supongo que vi en ese aprendiz de Bruce Lee una posibilidad de despuntar en algún momento gracias a la intercesión de un entrañable anciano oriental. Ya he dicho que era del montón en popularidad, en realidad debía ser del mismito centro del montón, porque gozaba de una popularidad nula. Como muchos adolescentes entonces buscaba un poquito de reconocimiento de mi alrededor.
Como no voy a hacer de esto un análisis freudiano de mi pasado y no se llegó a cruzar en mi camino ningún sensei (por lo que continué con mi nula popularidad, nunca se interesaron por mi las guapas del colegio, ni me incluyeron en su grupo los repetidores y demás tíos “molamosunmogollón”) solo añadiré que la noticia de la defunción de este pequeño maestro hizo que me entristeciera un poquito.
Y así me quedo, como tío del montón, con mis altibajos y otras neuras. Ahora es un momento bajo, ya vendrán los “altis”, porque mientras escribo me siento bien, pienso que en breve seré padre (solo quedan 8 semanas) y seré un padre del montón, porque a fin de cuentas creo que ser del montón me mola (podría acabar diciendo "mola un montón", pero me parece cursi y facilón así que así se queda mi pena...).
Besos (un montón) a todos.
Como decía, o eso intentaba transmitir, he tenido días mejores. También es verdad que los he tenido peores. Estaba yo regocijándome en mi tristeza cuando leí en el diario El Mundo la sección de Obituarios (podría ser una sección de grupos de Rock duro, ¿verdad?). No es que me encontrara especialmente apocalíptico, de hecho si me paré en esa sección fue porque vi la foto de uno de los tristes protagonistas de la misma. No era otro que NORISUYI PAT MORITA, que murió el 24 de noviembre a la edad de 73 años. La mayoría de nosotros no hubiéramos reparado en ello si no fuera porque el difunto no es otro que el maestro de ese pequeño estudiante que se transformó en Karate Kid. Y como cuando uno está nublado todo son tormentas, pues me dio mucha pena.
Me acuerdo cuando vi la peli. Por entonces yo era un alumno del montón (del montón en popularidad, porque en lo referente a los estudios era más bien de la parte de abajo del montón) y supongo que vi en ese aprendiz de Bruce Lee una posibilidad de despuntar en algún momento gracias a la intercesión de un entrañable anciano oriental. Ya he dicho que era del montón en popularidad, en realidad debía ser del mismito centro del montón, porque gozaba de una popularidad nula. Como muchos adolescentes entonces buscaba un poquito de reconocimiento de mi alrededor.
Como no voy a hacer de esto un análisis freudiano de mi pasado y no se llegó a cruzar en mi camino ningún sensei (por lo que continué con mi nula popularidad, nunca se interesaron por mi las guapas del colegio, ni me incluyeron en su grupo los repetidores y demás tíos “molamosunmogollón”) solo añadiré que la noticia de la defunción de este pequeño maestro hizo que me entristeciera un poquito.
Y así me quedo, como tío del montón, con mis altibajos y otras neuras. Ahora es un momento bajo, ya vendrán los “altis”, porque mientras escribo me siento bien, pienso que en breve seré padre (solo quedan 8 semanas) y seré un padre del montón, porque a fin de cuentas creo que ser del montón me mola (podría acabar diciendo "mola un montón", pero me parece cursi y facilón así que así se queda mi pena...).
Besos (un montón) a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario