Por temas laborales tengo contacto con mujeres que sufren malos tratos. Es muy curiosa y compleja la dinámica del maltrato. Sin embargo me parece relativamente sencillo verse atrapado en tal lamentable espiral. No creo que nadie esté en condiciones de decir que a ella nunca le pasará, porqué es un proceso gradual de anulación que toca su fin cuando la víctima está completamente sometida y es dependiente del maltratador.
En esa situación de vulnerabilidad se produce un caos perceptivo y emocional que puede dar como resultado la justificación del maltrato y la exculpación parcial o total del agresor por parte de la víctima. Aún me cuesta mantener la compostura cuando una mujer disculpa una agresión, me cuesta entender como pueden haber llegado al punto, de estar tan dentro de si mismas que ni siquiera sienten sus lágrimas. Pero sin embargo lo comprendo. Están escondidas en alguna parte dentro de ellas, el último reducto de libertad y seguridad que les puede ofrecer algo de estabilidad dentro de la tormenta, como el camarote de una chalupa a la deriva. Nuestro trabajo es llegar ahí y tenderlas la mano. Me resulta relativamente sencillo desplegar mi discurso de libertad, de respeto, de lo que es amor y de la incompatibilidad de éste con la agresión. Quien ama no pega, ya lo decía aquella campaña “El amor no es la hostia”. Pero lo realmente complicado es bucear dentro de ella, para empezar porque te tiene que abrir una puerta que está atrancada desde hace mucho.
Desde fuera tenemos que hacerles comprender que si nos abren esa puerta no permitiremos que la tormenta vuelva a tocarlas, que no cesarán los chubascos, los vientos, el peligro, pero que pueden navegar hacia un lugar más plácido. Y pueden hacerlo de forma segura. Eso si, hay que dar un golpe de timón, y hay que darlo ya, en ese instante, en cuanto una pequeña rendija nos permita convencerla de que esa vida ni es lo normal, ni tiene justificación, ni tienen porqué sufrirla.
A partir de ese momento hay que recorrer un camino difícil, muy difícil, pero es un camino que se recorre, y en el que siempre hay un puerto al que arribar. Y ahí debemos estar las personas, los profesionales que lanzamos ese primer aviso, los que tendimos la mano en ese momento de angustia. Ahí debemos estar al llegar a puerto, y en el camino, y en las caídas, y poco a poco, cada una a su ritmo, nos dejará atrás, soltarán lastre de lo que sufrieron y de la ayuda que recibieron, y volverán a ser lo que un día fueron. Mujeres libres, autónomas, con las preocupaciones normales de la vida diaria de cualquier persona, podrán cuidar de sus familias y podrán confiar en volver a ser cuidadas y tratadas como las personas se merecen.
Por eso, esta semana del 25 de noviembre en el que se celebra la Jornada contra la violencia de género, mando mi apoyo y solidaridad a todas esas mujeres que sufren la vida sometidas a los impulsos violentos de los que no las merecen, y les digo que hay un camino para salir de esa tormenta, hay apoyos y esperanza y hay personas esperando a que abráis esa rendija para acompañaros y ayudaros.
En esa situación de vulnerabilidad se produce un caos perceptivo y emocional que puede dar como resultado la justificación del maltrato y la exculpación parcial o total del agresor por parte de la víctima. Aún me cuesta mantener la compostura cuando una mujer disculpa una agresión, me cuesta entender como pueden haber llegado al punto, de estar tan dentro de si mismas que ni siquiera sienten sus lágrimas. Pero sin embargo lo comprendo. Están escondidas en alguna parte dentro de ellas, el último reducto de libertad y seguridad que les puede ofrecer algo de estabilidad dentro de la tormenta, como el camarote de una chalupa a la deriva. Nuestro trabajo es llegar ahí y tenderlas la mano. Me resulta relativamente sencillo desplegar mi discurso de libertad, de respeto, de lo que es amor y de la incompatibilidad de éste con la agresión. Quien ama no pega, ya lo decía aquella campaña “El amor no es la hostia”. Pero lo realmente complicado es bucear dentro de ella, para empezar porque te tiene que abrir una puerta que está atrancada desde hace mucho.
Desde fuera tenemos que hacerles comprender que si nos abren esa puerta no permitiremos que la tormenta vuelva a tocarlas, que no cesarán los chubascos, los vientos, el peligro, pero que pueden navegar hacia un lugar más plácido. Y pueden hacerlo de forma segura. Eso si, hay que dar un golpe de timón, y hay que darlo ya, en ese instante, en cuanto una pequeña rendija nos permita convencerla de que esa vida ni es lo normal, ni tiene justificación, ni tienen porqué sufrirla.
A partir de ese momento hay que recorrer un camino difícil, muy difícil, pero es un camino que se recorre, y en el que siempre hay un puerto al que arribar. Y ahí debemos estar las personas, los profesionales que lanzamos ese primer aviso, los que tendimos la mano en ese momento de angustia. Ahí debemos estar al llegar a puerto, y en el camino, y en las caídas, y poco a poco, cada una a su ritmo, nos dejará atrás, soltarán lastre de lo que sufrieron y de la ayuda que recibieron, y volverán a ser lo que un día fueron. Mujeres libres, autónomas, con las preocupaciones normales de la vida diaria de cualquier persona, podrán cuidar de sus familias y podrán confiar en volver a ser cuidadas y tratadas como las personas se merecen.
Por eso, esta semana del 25 de noviembre en el que se celebra la Jornada contra la violencia de género, mando mi apoyo y solidaridad a todas esas mujeres que sufren la vida sometidas a los impulsos violentos de los que no las merecen, y les digo que hay un camino para salir de esa tormenta, hay apoyos y esperanza y hay personas esperando a que abráis esa rendija para acompañaros y ayudaros.