La cosa pública pinta mal. Pinta cada vez peor. Y me temo que el cataclismo que seguirá al 20-N va a ser de órdago. Los que vivimos en la Comunidad de Madrid ya sabemos como funciona esto. Aquí el partido popular no es que sea de derechas, que lo es. Lo grave del asunto es que es el máximo exponente del neoliberalismo más salvaje. C’est a dire, intervencionismo del gobierno mínimo y que sean los mercados los que fluyan y regulen el devenir de los ciudadanos.
Y claro, el liberalismo prima al más fuerte, al más rico, al poderoso y aquí en la Comunidad de Madrid los que no formamos parte de tan selecto club empezamos a tener las pelotas (y los ovarios) que no nos da de si ya el envoltorio. Y auguro que esto va a acabar muy mal, pero mal mal, ríete tu de las algaradas de Grecia. Eso va a ser como un juego de niños. Porque la indignación tiene un tope, las proclamas blanditas esas de jipis en plan “estas son mis armas” con las manitas levantadas tienen fecha fin. Y después de la violencia ejercida por los gobernantes, y en la Comunidad de Madrid es mucha violencia y mucho maltrato la que soportamos los que la habitamos, no queda sino responder de la misma manera, quizás violando nuestros propios principios, sabiendo que nos echarán en cara el haber traspasado la línea de eso que llaman “juego democrático”.
Pues la democracia no es un juego señores, y ahí radica su problema, que se lo toman a cachondeo, y entre tanto condenan a familias enteras a vivir en la penuria el resto de sus vidas, fragmentan el estado de derecho y minan los pilares del estado de bienestar. Truncan el futuro de los niños y jóvenes destrozando la educación pública, arriesgan la salud de los ciudadanos haciendo negocio con la sanidad, limitan el acceso a los servicios sociales básicos dejando de contemplarlos como un derecho para volver a la etapa de la beneficencia.
Y nosotros los ciudadanos, los que nacimos en democracia y los que lucharon contra la dictadura, nosotros los jóvenes y no tan jóvenes, padres, madres, parados y trabajadores, empleados públicos y de empresas privadas, estudiantes y abuelos, todos nosotros tenemos la obligación de mantener los logros que con tanta sangre, sudor y lágrimas se ha conseguido, esos derechos (que no privilegios) son lo que hacen que un país, estado, nación o como coño quieran llamarlo cada cual, sea un lugar maravilloso para vivir, es lo que hace que yo me sienta orgulloso de ser ciudadano, más allá de las paletadas de nacionalismos, banderas e himnos.
Ahora le toca a la Educación. La Comunidad de Madrid, su consejera de área Lucía Figar, y su Presidenta Esperanza Aguirre han asestado una estocada más a la maltrecha educación pública. No contentas con ceder terrenos de valor millonario a órdenes religiosas integristas y ultras para montar sus empresas educativas, no contentas con invertir más en cheques guardería para escuelas infantiles privadas, no contentas con minar el sistema British Council (ocurrencia de la propia Esperanza Aguirre siendo ministra de educación) en detrimento de un sistema bilingüe que genera muchas dudas, ahora han decidido no renovar a un número indeterminado de profesores interinos (la comunidad habla de 1700, los sindicatos de 3200), aumentando las horas de docencia de los profesores con plaza. No hay que ser un ilustrado para entender que menos profesores es igual a menor calidad de la educación, ya sea por el aumento del número de niños en las aulas, ya sea por la falta de profesores para cubrir los grupos. El último “barómetro” educativo situaba a la Comunidad de Madrid en las últimas posiciones en cuanto a la calidad de la enseñanza. Y por ese camino seguimos.
Lo que ha hecho la Comunidad de Madrid es un atentado contra el estado de bienestar, lanzando su ataque contra la educación (la sanidad anda agonizando en algún despacho) y por eso APOYO INCONDICIONALMENTE A LA COMUNIDAD EDUCATIVA, APOYO LAS HUELGAS Y TODAS LAS MOVILIZACIONES QUE EMPRENDAN, como ciudadano pero sobretodo como padre, porque quiero que mi hijo pueda el día de mañana labrarse un futuro, futuro que comienza hoy con la educación que reciba y de momento no hacen sino ponerle piedras en el camino.