El otro día mi querido vástago estaba simpático (léase con una mezcla de desesperación e ironía). Y respondón. Siempre digo que mi hijo es guapo como su madre y tiene la labia de su padre, y francamente, no tenéis ni idea la de veces que me cago en su padre…
Es cierto que a veces me regala perlas del estilo:
- Papáaaaaa
- Dime mi niño….
- No te muerdas las uñas…
- Ya lo sé, está muy mal, no debo mordérmelas.
Que digo yo que tiene güevos la cosa. De pequeño mi madre me daba la barrila para que no me mordiera las uñas. Y ahora mi hijo.
- No papá. Te tienes que comer los mocos.
- ¿Ein?
- Si porque las uñas no saben a nada.
Pataclás. No hay más tema. El colega a dilucidado que las uñas le resultan insípidas y porqué no meterse entre pecho y espalda un buen moco. Os resultará asqueroso, pero que mi hijo razona no me lo puede negar nadie.
Luego están las frases espectaculares. Este verano le apunté a una actividad que se llamaba “Casa de Verano”. Llegó mi chica a casa y le digo al enano:
- Dile a donde vas mañana…
- ¡Voy al tinto de verano!
Di que si mi niño, tu cuenta eso en la calle a ver si entre los dos conseguimos que me quiten la custodia…
Total que esto viene a que el otro día puso a prueba mi paciencia…no paraba de contestarme, pero así de buen rollo, sin acritud. Cuestión de ver quien tenía la última palabra. Cuando di por finiquitada la conversación con un:
- ¡Se acabó! No digas nada más, a papá no se le contesta…
- ¿Porquéeeeeeeee?
¡¡¡Aaaaarg!!!! Rara vez le contesto lo siguiente, pero esta vez estaba yo conduciendo, viendo su pequeña cara gozosa por el espejo retrovisor, y ante la tentación de darle la vuelta a la silla se lo dije:
- Porque lo digo yo. Y punto.
Frunció el ceño, cruzó los brazos y con los labios apretados espetó un…
- Grumpfmfrmrmhstsuswjsystsiqwospojkss…
Abrí mucho los ojos de manera que esa especie de lengua del pleistoceno cesó, pero en el fondo sabía que me había ganado. No había hablado, no, pero esos sonidos cavernícolas que venían del asiento de atrás acababan de adquirir la condición de palabro en esa pequeña jungla infantil en la que viven los niños. Y me informaba de que me estaba metiendo un golazo. En las familias hay demasiadas lagunas legales, el que inventó aquello de “aquí soy yo el que tengo la última palabra” tenía que haber afinado un poco más.
Digo.
Es cierto que a veces me regala perlas del estilo:
- Papáaaaaa
- Dime mi niño….
- No te muerdas las uñas…
- Ya lo sé, está muy mal, no debo mordérmelas.
Que digo yo que tiene güevos la cosa. De pequeño mi madre me daba la barrila para que no me mordiera las uñas. Y ahora mi hijo.
- No papá. Te tienes que comer los mocos.
- ¿Ein?
- Si porque las uñas no saben a nada.
Pataclás. No hay más tema. El colega a dilucidado que las uñas le resultan insípidas y porqué no meterse entre pecho y espalda un buen moco. Os resultará asqueroso, pero que mi hijo razona no me lo puede negar nadie.
Luego están las frases espectaculares. Este verano le apunté a una actividad que se llamaba “Casa de Verano”. Llegó mi chica a casa y le digo al enano:
- Dile a donde vas mañana…
- ¡Voy al tinto de verano!
Di que si mi niño, tu cuenta eso en la calle a ver si entre los dos conseguimos que me quiten la custodia…
Total que esto viene a que el otro día puso a prueba mi paciencia…no paraba de contestarme, pero así de buen rollo, sin acritud. Cuestión de ver quien tenía la última palabra. Cuando di por finiquitada la conversación con un:
- ¡Se acabó! No digas nada más, a papá no se le contesta…
- ¿Porquéeeeeeeee?
¡¡¡Aaaaarg!!!! Rara vez le contesto lo siguiente, pero esta vez estaba yo conduciendo, viendo su pequeña cara gozosa por el espejo retrovisor, y ante la tentación de darle la vuelta a la silla se lo dije:
- Porque lo digo yo. Y punto.
Frunció el ceño, cruzó los brazos y con los labios apretados espetó un…
- Grumpfmfrmrmhstsuswjsystsiqwospojkss…
Abrí mucho los ojos de manera que esa especie de lengua del pleistoceno cesó, pero en el fondo sabía que me había ganado. No había hablado, no, pero esos sonidos cavernícolas que venían del asiento de atrás acababan de adquirir la condición de palabro en esa pequeña jungla infantil en la que viven los niños. Y me informaba de que me estaba metiendo un golazo. En las familias hay demasiadas lagunas legales, el que inventó aquello de “aquí soy yo el que tengo la última palabra” tenía que haber afinado un poco más.
Digo.