Mañana cumplo 32 años. Por primera vez en mucho tiempo soy consciente del paso del tiempo. Que me hago mayor vamos. No ha sido un año fácil, tampoco de rasgarse las vestiduras, pero he tenido más escollos de los que me hubiera gustado. Y como tengo facilidad para buscarme disgustos cuando no hay motivo para ello, pues termino mi primer año de treintena con trance delicadillo de trabajo.
Pero tengo un hijo maravilloso, una pareja que me trata estupendamente y al lado de la cual es un placer vivir, unos amigos que no cambiaría por nada del mundo, unos padres y hermanos que cada uno con sus cosas son buenos compañeros de viaje, compañeros de trabajo que hacen que mi tiempo en el curro más ameno y así un etcétera de historias agradables y placenteras que me rodean.
¿De que te quejas entonces? Pues que yo tenía que haber nacido en la Grecia Clásica, o en la época en la que se ambienta la película Moulin Rouge (que pensaréis que coño tendrá que ver una con otra), en un momento en el que mis pasiones y deseos, mis sueños malditos y mis distopías se hubieran podido cuan menos plasmar en letra impresa. Ahora a veces las distopías me asaltan disfrazadas de contemporaneidad, de realidades malditas que me persiguen por pasillos estrechos. La última parada en ese pasillo ha sido un grito, un golpe de poder que me ha arrojado al suelo y sin tiempo de recomponerme ha dado conmigo en el destierro (me permito la licencia de narrarlo en plan épico, que si lo cuento en versión España cañí, tiene menos chicha).
Lo que pasa es que mañana cumplo 32 años. Y estas cosas me pillan un poco mayor. Y sin ánimo de dramatizar, en los últimos años la vida me ha dado no pocas ostias, y de todas me he recompuesto, mejor o peor, con mayor o menor ayuda. Pero siempre he sabido sacar la cabeza. Y me he hecho más fuerte. Y hoy la voy a sacar otra vez, porque yo no me rindo, ni me callan. Suerte tienen algunos que tengo un hijo al que cuidar y alimentar, y una casa en la que no vivo que pagar, porque si no otro sol iba a alumbrar el alba de mañana. Vive Dios que si.
Haciendo mía la máxima de Mao (gracias Fernando): “Hay que luchar y seguir luchando aunque solo sea previsible la derrota”.
Pero tengo un hijo maravilloso, una pareja que me trata estupendamente y al lado de la cual es un placer vivir, unos amigos que no cambiaría por nada del mundo, unos padres y hermanos que cada uno con sus cosas son buenos compañeros de viaje, compañeros de trabajo que hacen que mi tiempo en el curro más ameno y así un etcétera de historias agradables y placenteras que me rodean.
¿De que te quejas entonces? Pues que yo tenía que haber nacido en la Grecia Clásica, o en la época en la que se ambienta la película Moulin Rouge (que pensaréis que coño tendrá que ver una con otra), en un momento en el que mis pasiones y deseos, mis sueños malditos y mis distopías se hubieran podido cuan menos plasmar en letra impresa. Ahora a veces las distopías me asaltan disfrazadas de contemporaneidad, de realidades malditas que me persiguen por pasillos estrechos. La última parada en ese pasillo ha sido un grito, un golpe de poder que me ha arrojado al suelo y sin tiempo de recomponerme ha dado conmigo en el destierro (me permito la licencia de narrarlo en plan épico, que si lo cuento en versión España cañí, tiene menos chicha).
Lo que pasa es que mañana cumplo 32 años. Y estas cosas me pillan un poco mayor. Y sin ánimo de dramatizar, en los últimos años la vida me ha dado no pocas ostias, y de todas me he recompuesto, mejor o peor, con mayor o menor ayuda. Pero siempre he sabido sacar la cabeza. Y me he hecho más fuerte. Y hoy la voy a sacar otra vez, porque yo no me rindo, ni me callan. Suerte tienen algunos que tengo un hijo al que cuidar y alimentar, y una casa en la que no vivo que pagar, porque si no otro sol iba a alumbrar el alba de mañana. Vive Dios que si.
Haciendo mía la máxima de Mao (gracias Fernando): “Hay que luchar y seguir luchando aunque solo sea previsible la derrota”.