Me mudo. Me cambio a una casa mucho mejor en todos los sentidos. Más bonita, más cómoda, más calentita, con más espacio… Además, está al lado de la actual, por lo que no cambio de barrio, de vecinos, de entorno. Vuelvo a vivir en pareja y estamos muy contentos, es una nueva aventura. En fin, que todo pinta muy bien.
La casa que he ocupado hasta hoy es pequeña, con muy poca luz, poco apañada, un tercer piso sin ascensor, sin calefacción con una muy particular distribución. Cuando me fui a vivir allí pasé ciertas calamidades que no voy a describir ahora, pero fueron tiempos complicados. Han criticado mi casa, la han utilizado en mi contra en procesos judiciales en los que estaba en juego el tiempo que paso con mi hijo.
Visto desde fuera cualquiera pensará que veo el traslado como un perfecto alivio después de tres años. Estoy muy contento porque empezamos una nueva etapa y porque mi hijo va a estar mucho mejor en la nueva casa, de hecho ya ha estado un par de veces y está emocionado. Pero no puedo dejar de sentir cierta sensación de melancolía, pena por dejar la casa que me vio entrar hecho un harapo, en uno de los peores momentos de mi vida y ahora me despide renovado, estabilizado y feliz, muy feliz.
La casa me ha servido de terapia, por la ubicación, por la gente que me ha rodeado, por haber encontrado un Barrio, en el sentido antiguo de la palabra. Ahí me sentaba por las noches, después de cuidar a mi hijo toda la tarde en casa de su madre, al principio, ahí he visto crecer al enano cuando ya pude llevármelo conmigo, sus primeros pasos, caídas, risas. Esos purés atravesando el salón por el aire, rabietas de enciclopedia cabeza abajo en la alfombra, abrazos mimosos de los que hacen que uno quiera detener el tiempo, malabarismos incomprensibles para mantener la casa calentita cuando mi niño andaba por ella. Ahí hemos construido mi chica y yo una relación basada en la confianza, el respeto y el amor sincero, ahí comenzamos a caminar juntos y ahí surgió la idea del salto que ahora damos.
En definitiva, que pese a la emoción del momento no puedo evitar mirar atrás y ver las huellas que dejo, huellas que evidencian que esa casa ha sido mía, que yo he estado ahí. Que no ha sido solo mi casa, ha sido mi bastión, mi refugio, mi hogar. Y por eso siento que algo de mi se queda, aunque solo sea mi recuerdo y mi agradecimiento.
La casa que he ocupado hasta hoy es pequeña, con muy poca luz, poco apañada, un tercer piso sin ascensor, sin calefacción con una muy particular distribución. Cuando me fui a vivir allí pasé ciertas calamidades que no voy a describir ahora, pero fueron tiempos complicados. Han criticado mi casa, la han utilizado en mi contra en procesos judiciales en los que estaba en juego el tiempo que paso con mi hijo.
Visto desde fuera cualquiera pensará que veo el traslado como un perfecto alivio después de tres años. Estoy muy contento porque empezamos una nueva etapa y porque mi hijo va a estar mucho mejor en la nueva casa, de hecho ya ha estado un par de veces y está emocionado. Pero no puedo dejar de sentir cierta sensación de melancolía, pena por dejar la casa que me vio entrar hecho un harapo, en uno de los peores momentos de mi vida y ahora me despide renovado, estabilizado y feliz, muy feliz.
La casa me ha servido de terapia, por la ubicación, por la gente que me ha rodeado, por haber encontrado un Barrio, en el sentido antiguo de la palabra. Ahí me sentaba por las noches, después de cuidar a mi hijo toda la tarde en casa de su madre, al principio, ahí he visto crecer al enano cuando ya pude llevármelo conmigo, sus primeros pasos, caídas, risas. Esos purés atravesando el salón por el aire, rabietas de enciclopedia cabeza abajo en la alfombra, abrazos mimosos de los que hacen que uno quiera detener el tiempo, malabarismos incomprensibles para mantener la casa calentita cuando mi niño andaba por ella. Ahí hemos construido mi chica y yo una relación basada en la confianza, el respeto y el amor sincero, ahí comenzamos a caminar juntos y ahí surgió la idea del salto que ahora damos.
En definitiva, que pese a la emoción del momento no puedo evitar mirar atrás y ver las huellas que dejo, huellas que evidencian que esa casa ha sido mía, que yo he estado ahí. Que no ha sido solo mi casa, ha sido mi bastión, mi refugio, mi hogar. Y por eso siento que algo de mi se queda, aunque solo sea mi recuerdo y mi agradecimiento.