La perdición de los justos no es sino la imposición de los perversos. Aquellos que causan mal sin ser conscientes o aun siéndolo no muestran el menor remordimiento por ello. Los perversos se imponen generalmente con el respaldo de sus propias conciencias, con la seguridad personal de considerar que sus actos, por devastadores que sean, están justificados por un bien superior que justifica su acción. Mientras ellos siembran vientos, las tempestades azotan a los más débiles, la onda expansiva de sus amenazantes imposiciones hace pedazos aquello que toca, siembran dolor en campos áridos de donde no sacarán cosecha. Esa ausencia de frutos alimenta su propia victoria, el triunfo de su fuerza frente al trabajo constante de los que quieren un mundo más justo. Justicia social. La antítesis del ideario perverso que busca como principal recompensa el crecimiento personal aun siendo a costa del interés colectivo. Acciones rápidas, contundentes y demoledoras, lo que sea para conseguir por la vía rápida el triunfo sobre los otros, para coronarse como autoridad superior frente a los que desprecia. Al resto.
Pero dentro de este desolador panorama, nos ampara la historia. Cuanto más hondo caemos en el pozo de la desesperación los doblegados, más posibilidades de ascender tenemos con el paso del tiempo, y una vez que nuestro ánimo y nuestra realidad han quedado reducidos a cenizas, ya solo nos queda renacer y volar hacia la luz que perdimos al inicio de la caída. No queda nada por perder, solo podemos remontar. Y entonces surge el espíritu de superación, la resiliencia que nos alimenta en un camino duro en el cual no hay riesgos que asumir, nada podemos perder ya que viajamos con las alforjas vacías. Solo nos queda la dignidad de haber actuado conforme a las básicas normas de civismo, esas normas que se rigen por la integridad que desprecia el perverso, integridad que a la larga engrandece a los que un día fueron subyugados.
La historia siempre ha terminado por colocar a cada uno en su sitio, tarde o temprano los perversos caen, y la vida es demasiado larga como para confiar en la suerte de una imposición amenazante. Ellos, los perversos, terminan por desconfiar de todos, por quedarse solos en su caótico intento por mantener un poder que nunca les fue concedido, sino que fue impuesto con malas artes, y la soledad acaba por minar al más fuerte. Su caída suele ser lenta pero inexorable, y una vez toman conciencia del inicio del fin de su imperio procuran infligir el mayor daño posible a sus semejantes, en una demente carrera hacia delante, carrera que tiene de manera irremediable como fin el más oscuro de los abismos.
No se trata de saber cuando está escrito que caigan los perversos, se trata de saber cuanto pueden aguantar aquellos que viven bajo su yugo. Una vez más la historia nos ampara, siempre quedan entre los justos, suficientes espíritus libres que resisten incansables al desaliento, a que se produzca esa caída. Entonces comenzará la rebelión, una acción certera y planificada durante todo el tiempo que estuvieron inmersos bajo el manto oscuro de la perversión, y es ahí, y solo en ese momento, cuando triunfa la decencia y la integridad, ambos acumulados dentro de los corazones y las almas que no pudo violar la violencia y la fuerza.
Habrá sido una lucha larga, como larga fue la espera e intensa la paciencia para librarse de las cadenas, pero tarde o temprano, con mayor o menor dolor, esas cadenas se rompen, y los condenados se rebelan. Entonces se iniciará un periodo en el que de forma irremediable se impondrá la justicia social, y los perversos serán desterrados para siempre.
Pero dentro de este desolador panorama, nos ampara la historia. Cuanto más hondo caemos en el pozo de la desesperación los doblegados, más posibilidades de ascender tenemos con el paso del tiempo, y una vez que nuestro ánimo y nuestra realidad han quedado reducidos a cenizas, ya solo nos queda renacer y volar hacia la luz que perdimos al inicio de la caída. No queda nada por perder, solo podemos remontar. Y entonces surge el espíritu de superación, la resiliencia que nos alimenta en un camino duro en el cual no hay riesgos que asumir, nada podemos perder ya que viajamos con las alforjas vacías. Solo nos queda la dignidad de haber actuado conforme a las básicas normas de civismo, esas normas que se rigen por la integridad que desprecia el perverso, integridad que a la larga engrandece a los que un día fueron subyugados.
La historia siempre ha terminado por colocar a cada uno en su sitio, tarde o temprano los perversos caen, y la vida es demasiado larga como para confiar en la suerte de una imposición amenazante. Ellos, los perversos, terminan por desconfiar de todos, por quedarse solos en su caótico intento por mantener un poder que nunca les fue concedido, sino que fue impuesto con malas artes, y la soledad acaba por minar al más fuerte. Su caída suele ser lenta pero inexorable, y una vez toman conciencia del inicio del fin de su imperio procuran infligir el mayor daño posible a sus semejantes, en una demente carrera hacia delante, carrera que tiene de manera irremediable como fin el más oscuro de los abismos.
No se trata de saber cuando está escrito que caigan los perversos, se trata de saber cuanto pueden aguantar aquellos que viven bajo su yugo. Una vez más la historia nos ampara, siempre quedan entre los justos, suficientes espíritus libres que resisten incansables al desaliento, a que se produzca esa caída. Entonces comenzará la rebelión, una acción certera y planificada durante todo el tiempo que estuvieron inmersos bajo el manto oscuro de la perversión, y es ahí, y solo en ese momento, cuando triunfa la decencia y la integridad, ambos acumulados dentro de los corazones y las almas que no pudo violar la violencia y la fuerza.
Habrá sido una lucha larga, como larga fue la espera e intensa la paciencia para librarse de las cadenas, pero tarde o temprano, con mayor o menor dolor, esas cadenas se rompen, y los condenados se rebelan. Entonces se iniciará un periodo en el que de forma irremediable se impondrá la justicia social, y los perversos serán desterrados para siempre.